domingo, 2 de noviembre de 2014

Desnudez

Pisaba temblorosa el suelo mojado y frío. Se movía insegura por las húmedas baldosas. Sentía cómo se congelaba, sentía el gélido aroma de la niebla. Un escalofrío recorrió su columna, su vello se erizó y su piel se estremecía al tiempo que avanzaba.
Pensaba en cómo podía ser aquella nota de suicidio, aquella balada rota, aquella voz alcoholizada por la desesperación.
Llegó al borde, donde se mezclaba el agua con el aire, estaba eligiendo entre ahogarse o ahogarse. Sin participación alguna del razonamiento. La opresión en su pecho crecía y en su temprana desnudez se reflejaba el alba, el comienzo del día.
En su fina tez de porcelana blanca y gastada por el insomnio se reproducía la inexistencia de luz.
Poco a poco, el frío al amanecer amenazaba con consumir su delicado cuerpo. Sintió, por un momento, que desfallecía ante el frívolo y despiadado aire del norte, que parecía burlarse de ella, mientras parecía que pronunciaba su nombre. El ulular desaparecía al horizonte y su cabello se dejaba arrullar por el viento, durmiéndose al son de los primeros cantos en el momento del alborear.
Una voz en su cabeza resonaba, entonando una triste melodía seguida por el silencio más cruel que jamás se pudo interpretar.
Se tiró a la piscina. Sintió el agua congelada helando sus huesos. Su piel, ya entumecida, pareció reaccionar. Cerró los ojos mientras el agua acariciaba sus párpados. La presión del aire dentro de ella parecía no importunarla.
Como si supiera que desde la omnisciencia alguien estaría narrando su historia. Pensando que los terceros tienen vida.
"Pobre cabezota, terca y tozuda." Se torturaba.
Movía las manos para dejar fluir el agua a su alrededor. Nunca se sintió tan pura. Disfrutando de sí misma, de su traje de piel.
                                         
Salió a la superficie para volver a notar la niebla espesa, el gélido viento que tocaba su cara con amarga dulzura.
Abrió sus ojos negros en su profunda rotura. Salió del manantial de agua sin emprender una búsqueda.
Pero tampoco sin sentir vergüenza de su cuerpo al que el cielo teñido de anaranjados colores señalaba.




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