domingo, 6 de abril de 2014

Dulces notas

El pianista se sentó en su banqueta. Con cuidado, apartó la capa de polvo que recubría las blancas teclas de aquel antiguo piano. Llevaba muchos años fuera de uso, en aquel almacén, un tesoro como ese, viviendo sus días en solitario, sin nadie que entonase sus melodías.
Hasta que el que el lo hizo. Hasta que tuvo la valentía de izar sus alas y dejar ver su talento.
Sus manos, temblorosas, su mente, viajando de un lado a otro. Colocó sus largos y afilados dedos sobree el instrumento, y no le hizo falta pensar más. Un sonoro suspiro en la soledad de su humilde salón, donde el y sus melodías serían los únicos testigos de la magia. Donde una nota fallada es el comienzo de una canción realmente mejorada. Donde empuñar el sentimiento es como en una guerra empuñar una espada. Como una mariposa aleteando el viento, sus armonías eran iguales. Una sucesión de acordes, tocados sin miedo, creando una indestructible red de notas enlazadas. Creando en la sala la más bella voz jamás entonada.
Tan fuerte como el romper de las olas del mar. O tan fresco como el golpear del viento al pasar. Tan robusto como la más grande de las rocas. O tan bonito como el cielo en la mejor de sus noches estrelladas.
Tan sentido como un abrazo de un amigo. Tan valioso como el más pesado lingote de oro.
Aquella melodía era capaz de transportarte a otro lugar. Un sitio donde eran inimaginables el sonido de los cañones. O los gritos humanos del sufrimiento apenas se escuchaban a lo lejos. Donde las noticias fuesen siempre buenas nuevas. Y los secretos contados al viento no quedaran al descubierto.
Una armonía parecida a la sedosa risa de un bebé, o al tierno llanto de una nueva vida. Al dolor de decir adiós a otro día. Una nota por la ilusión.

Un sonido eternamente recordable. Un acorde cargado de nuevas oportunidades.
El pianista se levantó y escapó de la sala en cuanto pudo, queriendo disimular unas lágrimas de sentimiento. No quería que el mundo se perturbara con su triste presencia.