domingo, 24 de mayo de 2015

espontaneidad

"- Truman ¿a dónde vamos?
- No sé, parece que estoy siendo espontáneo."


Hay melodías que acarician el alma y desnudan la piel. Dejando los sentimientos sin más prenda que su propia naturaleza.
Dejando las lágrimas resbalar sin ningún tipo de tapujo o vergüenza. 
Hay voces que verdaderamente me hacen sentir que soy quien quiero ser, y dejan a un lado cualquier tipo de dolor o desprecio. 
Porque solo hay tiempo y espacio para el arte. 
Y mientras escribo, no puedo volver atrás, porque lo que la música me suscita en cada momento es imborrable y perdurará hasta el último suspiro humano. 
Hay música que puede deshacer hasta el nudo más profundo, dotar de alas a las mariposas de tu estómago, recalcular un mal disparo de cúpido e incluso revivir al falto de esperanza. 
Cuándo no me queda más cobijo, cuando todo me queda grande y me siento impotente, hay notas con el poder de devolverme al bucle constante de mis miedos, alegrías y sorpresas. 
Y si me siento absurda o sin sentido, me recuerdan que vivir es sentir, que ni la más compleja cuenta matemática puede contar las lágrimas, sonrisas o besos al atardecer, que las reglas están para ser rotas y las películas dramáticas para llorar frente al televisor. 
Y ahora, aquí, creando arte al tiempo que lo disfruto, me deshago en llantos mientras suena Canción a la Luna, de Antonin Dvorak, y sé que la luna es una dichosa, por ser la musa de tal bella obra de arte, y que es una deshonra que esa perfecta música no pueda hacerme crear algo mejor. 
Tal vez no esté a la altura de esas inalcanzables notas, pero es tan buen amante el sonido de unos violines, acarician también mis penares que haría este momento eterno. Porque ahora mismo siento que mi alma está en el equilibrio perfecto, y que es posible que muera en este instante, o que se alineen todos los astros del universo como se han alineado todos mis recuerdos. 
Y no tengo más que lágrimas.