Eras la luz del extrarradio. La que
a la vida llevaba demasiado deprisa. Buscabas vivir como nadie y morir como
ninguna otra. Hallabas en todo la oportunidad para golpear tu pecho y gritar
quién reamente eras. Y enamorarte, como nadie antes lo había hecho... querías
vivir la vida de la propia existencia, una metamorfosis limpia y perfecta... en
la que no te recrearas en ti, ni llegabas a destruirte. Simplemente
transformarte.
Era tu éxtasis. Tu más pura
adicción de su interminable lista dentro de tus venas. Aquella de las miradas a
distancia que buscabas por las esquinas, aquellos días en los que buscabas la
atención de las calles. Eran tu más cara obsesión, aquella que más te costó
alcanzar.
Con tu apariencia elegante, tus
andares que rendían sonrisas a tus pies. Aquellas miradas de amargura que
distribuías en la cuidad, aquellos ojos que solo tú sabías poner. Aquellos que
te hacían confesar verdades inconfesables, aquellos ojos que llegaban a
enamorar. Pero solo en exceso.
Era excesivo el control que
ejercías sobre aquellos que creían tener el poder. Eras la más infalibles de las
justicieras. Todos, deseando llegar a conocer el secreto de tu seducción,
llegaban a cometer auténticas locuras con llegar a estar en algún ángulo de tu
observación. Jugabas a ser una diosa, jugabas con el control del poder que
obtenías, jugabas a ser la mejor jugadora, jugabas y acabaste perdiendo.
Perdiéndote en tu propio
laberinto que con tus mentiras llegaste a levantar.
Y dejaste de ser aquella chica
que con canciones se inspiraba, aquella de la melena teñida de color. Aquella
de la sonrisa pintada en la cara. Aquella del tatuaje de un corazón. Aquella
que no buscaba ser princesa, porque había erguido su propio reino en sus
sueños. Esa chica que hablaba de la música como ausencia de una misma, la que
la tristeza guardaba bajo llave y enterraba en el jardín de su palacio. Esa
chica que acompañaba de dulzura tus tardes, tus mañanas y tus días. La de los
ojos de niña. Ese espíritu libre y cautivo, alma rebelde, corazón sumiso, ser
revolucionario.
Torbellino de emociones, tu presencia. Hacías que siguiéramos creyendo en
el cambio. "Si hay un futuro lo queremos ahora. Hay un tiempo y lugar para
morir", decías, buscando inspiración en una de tus melodías favoritas.
Porque tú eras simplemente una canción, esa que estabas todo el día tarareando
porque no había quien de tu cabeza quisiera sacarla, ni intentarlo, siquiera.
Porque tu simple recuerdo vive enterrado
en lo más profundo de mi mente más privada, en el lugar más recóndito de mis
pensamientos. Eras la única excepción que se salía de la regla. Vives anclada a
mi existencia, como si tus suspiros todavía fueran tangibles. Porque no
permitiré que tu ser sea nunca olvidado por el mundo.
Simplemente no pertenecías a este
mundo, y esa fue la causa de tu huida y tu éxito. Moriste como nadie lo había
hecho, decidiste tu momento y lugar. Porque rozabas los límites de la propia
locura por alcanzar la perfección absoluta. Tu demencia te había robado poco a
poco tus respiraciones. Necesitabas una prueba de que nada de esto era un
sueño.