domingo, 10 de abril de 2016

Versos y besos inconclusos.

Cuando los cristales de mi garganta empiezan a temblar,
me detengo un segundo
y piso el freno.
Se me hace un mundo
volver a empezar.
Saber que todo se disipa
y empieza a difuminarse
y a desaparecer:
las marcas en el cuello
se van fundiendo con la piel,
y me quedo sin oxígeno
o sin morfina
o ese éxtasis
del que soy adicta
y al que tanto necesito
volver;
nuestra conversación
se hunde
recordándome que el tiempo
pasa sin darme aire
o tregua para volver a hablarte
otra vez;
mis últimas palabras contigo,
contar segundos
basados en nada
para que pueda
volverte a ver.
Es el síndrome
de abstinencia
de tus besos.
El mono
de tus frases,
de tus verbas
tan geniales
ayudándome a caminar.
Estoy enganchada
a que malgastes instantes
hablando conmigo.
Largas discusiones sobre
la distancia
entre nuestras puertas
o temas tan banales
como el amor.
Eres una adicción
que me ha dejado tocada.
Pero no me voy a hundir
sin antes aclarar
que soy más
de lo que me puedo permitir.
Te agradezco mis noches lúgubres
y haber conseguido que vuele,
reconstruir mis alas
y un millón de cosas
que no podría resumir
en un suspiro.
O siquiera en un pestañeo,
en un guiño
a la luz de tus persianas
en tu habitación.
La estancia permanente
en un estado dormido
de pasión en vida
a la que echo de menos
desde que me dijiste adiós.
Me queda el recordarte
que nos quedan cuentas pendientes
pendiendo de un hilo.
Si decides cortarlo
o rescatarme,
eso lo eliges tú.
Que yo ya he perdido
más de lo que tenía apostado
por ti y por mí.
Nunca había esperado
que te equivocases como ahora,
solo siento que
no puedo hacer más
porque te des cuenta.
Vuelve cuando quieras,
saldaremos las deudas.
Pero soy yo ahora
quien descansa de llorar.
Arréglate,
estaré ahí
aunque no puedas verme,
aunque no me sientas.
Sabes que yo siempre he intentado
ser tu pequeña gran solución.