miércoles, 2 de julio de 2014

Abrázame fuerte


Nos miramos, dejando en el aire unos últimos segundos de espera. Acariciándonos con los ojos, amándonos con la mirada. Acortando la distancia que separaba nuestros cuerpos, haciendo desaparecer el poco orgullo que se atrevía a empañar las ventanas.

Hacía frío, es lo que recuerdo poco antes de que llegaras. Llovía con tanta fuerza que parecía que el cielo se desmoronaba. Las nubes eran grises, negras. De pronto una ráfaga de aire frío proveniente de algún lugar todavía remoto, desconocido, hizo mis temores ennegrecer hasta hacerlos desaparecer. Eliminó mi miedo y mi reciente nostalgia adquirida. La lluvia solía provocar aquellas sensaciones dentro de mí, aquellos sentimientos encontrados y perdidos, confusos y profundamente enturbiados.

Giré mi cabeza con un rápido gesto para solo descubrir más oscuridad, más frío, una mayor sensación de soledad. Sin embargo, no pude evitar pensar en aquel repentino pensamiento que eliminó las ofuscaciones de mi pensamiento.

Fue entonces cuando percibí el olor de tu perfume, aquel olor que me transportaba a aquellos cuentos, aquella infancia tirada por la borda de aquel barco que perdió su rumbo... hace tanto tiempo. Me recordaba a esa esencia de las tardes sentada frente al futuro. Recordé cuánto te seguía amando, después de tanto y tanto sufrimiento. Te seguía queriendo después de los incesantes llantos de mi corazón, de las sonrisas que conseguías colocar.

Con añoranza, recordé aquel día. Aquel día en el que estábamos tumbados sobre la hierba. Tú con aquella felicidad desbordante, yo con mis temores e inseguridades. Tomaste mi mano con cariño y giraste tu mirada para poner tu atención en mis ojos. En silencio, sentí cómo tu inexplicable ser penetraba en mi alma, sentí cómo me enamoraba, simplemente recibiendo aquella muestra de afecto. Sin darme tiempo a percatarme, me besaste con ternura, con cariño, con paciencia. Y un enorme vendaval de sentimientos se posó sobre mí. Te abracé, estrechándome a ti, no queriendo nunca soltarte. Te abracé fuerte, porque esa fuerza infinita no te heriría, te abracé para siempre. Pusiste tu mano sobre mi pelo y me susurraste al oído:

-Anhelo acariciarte sin pensamiento, mirarte sin sentimiento, mentirte para buscarte, encontrarte para que te pierdas conmigo. Quisiera que vivir no se pudiera, para poder morir contigo en lo eterno. Aprendí que los segundos son barreras, cómplices del tiempo.

Cuando terminaste de pronunciar aquellas verbas, sentí cómo mi alma se caía. Un confuso mar de angustia me sobrevino por dentro. Decidí a tu lado quedarme, porque no podía concebir sin ti un mundo. Estaba cansada de limitarme los sentimientos hacia lo puro. Si quisieras que fuera tuya, sin dudarlo, lo sería. Porque tu presencia inspira en mí tan profundo amor que describirlo tan siquiera podría. Tras fracasos y continuos intentos por denominarlo, conseguí acercarme a la definición aproximada de lo que yo siento.

-Si los futuros fueran inciertos, si el pasado fuese tenebroso, ¿temería caminar por lo efímero del presente? ¿Podría sin pausa olvidar todos aquellos instantes que al son desaparecen? Quizás yo sin ti temería. Quizás yo perecería. Pero hallo una luz que me guía. Una luz que todos los malos presagios elimina; la idea de tu pensamiento.

Entonces, sin preguntar, llegaste. Con las sonrisas en los trozos de papel que por la calle íbamos pegando. Aquellos globos de colores con un deseo encriptado. Toda tu vitalidad jadeante, tu mirada y tu sonrisa fulminantes.

Me levanté al notarte para descubrirte, me levanté para admirarte, antes de que yo pudiera de mí irme. Sin siquiera razonarlo me abalancé ante ti con impureza, mostrándote mis cicatrices más certeras, mis heridas todavía abiertas y mi alma ensangrentada. Abrazaste con tus labios los míos y sentí tu energía recorriéndome por dentro. Mientras me sujetabas con fuerza yo decidí abrazarte el corazón.


Rozábamos la punta de nuestras narices, infinidad de instantes se arremolinaron. De pronto, entró la luz dentro de mí. Aquella luz que había estado buscando. Decidí, otra vez, besarte, tratando de no desprenderme de tu sabor, tu perfume se impregnaba en mí, tratando de no olvidar tu olor. Fue cuando que te quedarías a mi lado me juraste.

Volviste para poder quedarte siempre. Siempre en todas partes. Siempre en mi corazón.
 
Siento haber estado tan ausente estos últimos días. Muchas gracias a todos los que seguís el blog, de verdad, os debemos todo y más por conseguir encontrar en nuestras pasiones la verdadera felicidad.
Os informo que a partir del día diez de este mismo mes, me ausentaré hasta el día veinte. Intentaré ponerme al día lo máximo posible.
Hasta tal fecha, me gustaría dedicarle mucho más tiempo a escribir y al blog.
 
Y, bueno, sin más rodeos, quería aprovechar la oportunidad para desearos a todos un muy feliz verano y daros las gracias por hacer que me levante todos los días con una gran sonrisa, porque, gracias a vosotros, encuentro más razones para hacer lo que realmente me apasiona, que es escribir.
 
Lo dicho, ¡felices vacacioneees!
 
¡BESAZOS Y MIL GRACIAS!