lunes, 20 de octubre de 2014

Las niñas buenas no mascan chicle



Su chaqueta de cuero desgastado la delataba. No era como las demás, para nada. Labios de un rojo intenso y ojos ahumados por el insomnio. Caminaba a paso rápido. Su reflejo apenas permanecía un segundo en los cristales antes de desvanecerse como el humo. 
Ignoraba a los demás, miraba al frente y nada más existía que sus propias metas.


El amor era un espejismo, un estúpido espejismo, tal vez el causante de su actual rebeldía. 
Las ilusiones te destruyen porque solo son eso, ilusiones. Los deseos lo valen absolutamente para nada. 
Respiró una bocanada de aire fresco, mientras sus pulseras de metal tintineaban. 
Sus botas negras resonaban a cada paso. 
Hizo un globo con su chicle, porque las niñas buenas no mascan chicle y hacía tiempo que había dejado de ser una de ellas. 
Estúpida hipocresía. Estúpida demagogia. Estúpidos todos aquellos que pintan la vida de mil colores cuando todo está oscuro. 
No tenía prisas ni miedo. 
Solo la certeza de que todo era una completa mentira. Y que todos los platos que había roto de su vajilla había merecido la pena, porque cada cristal clavado en su carne era una dosis de orgullo y paciencia. 
Estúpidas mentes cerradas.