martes, 6 de mayo de 2014

La más hermosa perfección


Esos últimos segundos en los que te matas pensando, corrigiendo posibles fallos en tu mente, mientras torturas tu cuerpo y tu alma, tu ser más inquieto y tu vida de fuera queda reducida ese momento. Ese momento de espera, ese momento de falta de aire y tiempo, mucho tiempo.

La sensación del olvido, del ridículo y de la falta de experiencia. Del escarmiento del miedo y de la auténtica belleza. Ese sentimiento de amor y miedo, esos dos que se buscan y se encuentran

Y, cuando crees no poder tomar aire para seguir respirando, entras a escena. Y mantienes esos últimos pensamientos en el aire. Cuentas los tiempos en tu mente y los movimientos los escribes en tu pecho. Alzas la cabeza y muestras tu actitud.

Notas las miradas, notas la inquietud. Sientes el frío, sientes la luz. Mueres en vivo, mueres en la cruz. La cruz del sufrimiento que te condena amar aquello que anhelas, y la sangre se te hiela cuando los compases de tu vida empiezan a sonar. Entonces te transformas en ese ser que solo sabe bailar.

Y comienzas. Es un movimiento tras otro, y no hay lugar a errores cuando buscas la más hermosa perfección. Buscas provocar una lágrima por tu pasión, por tu dolor. Por todas esas horas que pasaste trabajando, por todas esas gotas de sudor, de impotencia y de incertidumbre. Por esas lágrimas que por tus mejillas resbalaban cuando sentías la frustración.

Llega el momento del culmen. Ese momento que llevas esperando con ansia desde que naces, hasta  que te dejas llevar por la música. Y después toca morir y apagarse. Intentas suspirar esos últimos movimientos, haciendo que los miles de inexpertos que te observan los perciban como últimas respiraciones de tu ser.

Intentando no pensar en todo, intentando no pensar en nada... exhalas tus suspiros al cielo, como dando las gracias. Y en el escenario mueres, dando la vida por él, en el mismo lecho que un día te vio nacer.

Mueres y vives, constante renacer.