sábado, 9 de mayo de 2015

Barcos a la deriva

La noche eterna- Love of Lesbian

Déjame pintar un cielo, llenarlo de estrellas brillantes que iluminen mi mirada en esta noche azul. En esta negrura intensa en la que se ha sumido mi corazón.

Déjame describirte este momento como si cada hora fuese una caricia tuya, como si los segundos se derritiesen como pasos de baile muriendo sobre las luces de neón.

Dime, amor, ¿es este sabor a sangre sobre mis labios habitual? Esta espina de rosa blanca clavada en ellos, profundizando en la herida, colapsando mis sentidos; haciéndome vivir en una trombosis constante de lágrimas. Un derrame de desesperación que corroe las redes que atan mi razón y mis recuerdos, evitando que caigan en el abismo infinito de la oscuridad.

Esta espina, que perdura en el tiempo y reblandece con su espíritu, duele cada milímetro que se interna en mi habla, en mi timidez a la hora de perseguirte.

Y, mientras yo, aguardando y pensando. Soñando que algún día, tú no serás tú, yo no seré yo. Que seremos como ese viento inalcanzable que empuja a los barcos a la deriva.

La piel que palpita al ritmo al que lo hace el corazón, marcando las breves convulsiones que se producen en el interior de ella. La suavidad de los movimientos y la brevedad de su dulzura. Las horas que pesan en el aire, y las estrellas que centellean con ellas. Las sensaciones que se liberan al paso de los gritos, de la misma forma que mis ojos resplandecen en su rojo ardor en su epifanía perfecta, o imperfecta según la mire quien lo lea.

La intensidad con la que la vida llega al límite de su respiración, acelerando la frecuencia de su emisión. Las preguntas y las imágenes de los recuerdos. Los sonidos y el tacto de la memoria. La amnesia que prevalece durante los instantes.

La obsesión por un pensamiento, que resiente todos los instintos imaginables, que superan cualquiera de mis fantasías. La adicción a esa sutileza con la que te evoco en mi interior, con la que siento que eres real y que tus ojos están vivos.

El ir y venir del mar de las sábanas mientras sueño, mientras se escuchan los efímeros latidos de mi sumiso corazón antes de dormir.

El volver con la mañana de la tortura que por las noches me desvela. La necesidad de tocarte, y de que me acaricies cuando lo necesito y cuando no quiera que respires mi aire. Esa necesidad que desaparece conforme los primeros rayos de sol atraviesan las persianas, jugueteando en mi piel como escarcha, como las gotas de lluvia en los cristales.

El despertar con la pregunta de si te habrás acordado de mí, de si todavía me querrás, aunque tintinee tu existencia y, poco a poco, se desvanezca.