miércoles, 28 de septiembre de 2016

Déjame describir un abrazo.

Un roto
y mil rompecabezas,
comerse la cabeza
y olvidar el por qué,
un vacío
tras el temido "hasta mañana"
y querer saltarse el contar las horas
hasta que llegue,
tiritas, formas de arreglarse,
pensando en
qué
debo
hacer
para que
          no
          te vayas,
remiendos,
cicatrices,
sístole y
diástole
acelerando
sin pisar el embrague antes de frenar,
y no tener miedo del golpe.
Podría resumirlo en eso:
en la ausencia del miedo,
en estar,
ser,
allá donde esté y sea contigo;
la forma de un niño
de rascarse en la herida
y arrancar los males,
la sonrisa de una madre
cuando te sonríe a ti;
el calor de tumbarse
y fundirse en el fuego
(que poco puede compararse
al de tus labios),
un incendio
generado
con el roce de las manos
cada vez que perdemos la impaciencia,
una tormenta de nieve
cada vez que te alejas;
la impotencia
por no poder expresar
todo lo que eres
y resumirlo en que ERES
y punto,
sentir ganas de apretar
y apretar
bien
fuerte,
para no poder soltarse nunca;
tirarse al abismo
sin cuerda,
ni cordura,
un viaje a la locura
de la más pura
ciencia ficción;
un libro abierto
sin páginas,
una playa desierta
y un precipicio abarcable.
Todo esto cuando me abrazas.