martes, 20 de mayo de 2014

Invierno


Un día, de repente, sientes que el invierno vuelve a tu vida. La sensación de frío es tan grande, te sientes solo, sin protección, vulnerable ante cualquier desviación del camino. Sientes que te caes con la facilidad con la que una piedra se hunde en el fondo del océano que de tristeza inunda tu ser. Sientes tu vida desplomarse y no volver a levantarse intentar. Confusos tus ojos buscan un posible camino hacia la luz. Mas... esa tristeza pesa tanto... Cuando consigues ponerte en pie tras la más dura de las caídas iniciales, son tres pasos los que necesitas para volver a perder la noción. Vuelves a desplomarte y, todavía con más fuerza. Y en ese momento no puedes más. No puedes más. No puedes. No.

Niegas, niegas. Mas, tal vez, algún día te arrepientas. Te sientes como esas frágiles notas que a duras penas se sostienen en la melodía, esas notas que agudizan sus llantos para proceder a sollozar los suaves sonidos que a su paso dejan... y queda una sensación de silencio en tu vida. Y te percatas de que esa ausencia, esa carencia que el amor ha dejado en tu vida... estará ahí para siempre. Ahora los lastres de tu pasado se quedan como la banda sonora de tu llanto, en el que te preguntas los porqués de tu desgracia. En los que sientes, otra vez, la debilidad de un vaso de cristal en tus cuerdas vocales cuando quieres articular palabra.

"¿No somos eternos? Era tu promesa. ¡Lo prometiste! ¡Lo prometiste! Juraste que nunca me ibas a mentir". Ahora te desvaneces como el calor que antes tus brazos me daban. Y te veo desaparecer de mi corazón, y duele. Duele más que ver cómo lo destrozas, cómo mis lágrimas no son bien recibidas en tus manos. Y me las tengo que tragar, junto a mi orgullo. Que deja su rastro a medida que veo cómo te vas.

Cierras la puerta de mi alma y no hay sentimiento que pueda reconocerte. Entonces, como en la contemporaneidad de la vida, los gritos desgarradores, destrozadores de vidas comienzan su son. Las lágrimas afloran y vierten a manantiales los restos de una pasión. Y la sangre fluye por mis manos al describir las palabras de rabia que siento al escribir mi odio apasionado hacia ti.

Porque la injusta melodía que escucho mientras pienso así me lo indica. La infinita belleza me guía y no puedo evitar dejarme llevar por las agudas notas, notas que dejan mi corazón volar. Y con cada suspiro, respiro. Aliviada. La música vuelve a comenzar y mis manos se mueven como si la melodía saliera de la punta de mis dedos. Y lo siento. Siento que tras tu huida por fin tengo el control sobre mí. Una lágrima cae sobre el papel. Y es una sensación amarga. No la puedes conocer. Porque tú jamás conocerás esto. Y si lo haces no lo sabré. Porque te has marchado... te has marchado y no vas a volver. Nunca. Nunca, no lo permitiré. Cada tempo, un verso, cada verso corresponde a una palabra, un sentimiento que escribo. Porque la música me lo dicta. Y, me pregunto cómo he podido ser tan ingenua todo este tiempo. Porque yo era los puntos sobre las íes que tú escribías. Nos completábamos, siendo yo la falta de ortografía y tú el punto y coma en mis ideas. Ambos innecesarios pero convenientes. Y nos conveníamos... nos conveníamos tanto...

Antes de borrar de mi memoria tanta sonrisa y llanto, me gustaría saber si tú realmente me quisiste querer alguna vez. Nada cambiará ya mi melódico pensamiento. Me dicen que debo dejar de amarte, y así debo quererlo. Tenerte era mi sueño imposible, lleno de posibilidades de contemplarte... mas ahora... después de releerte, tu sorpresivo final de ensueño deja de sorprenderme y de encantarme. He dejado de creer en fantasías de sueños llenos de besos, lo he dejado porque tú me has dado la prueba de que no vendrás. Porque te has ido... te has ido y la puerta has cerrado.

Y ahora respiro.