sábado, 25 de octubre de 2014

De igual a...ignorancia

De igual a igual, dicen. Ignorancia es lo que siento, cuando, tras ese telón de perfección se esconde la verdadera sociedad que nos rodea. Solo una palabra puede producir una fuerza tan inmensa como para empeorar esto. Nuestro comportamiento no ayuda. De igual a igual, dicen. Igualdad de género. Igualdad de raza. Miles de charlas, gestos y palabras...¿serán suficiente para nuestras tercas mentes?

El poder de la razón se ha olvidado, el pensar,
¿donde ha quedado? Me parece vergonzoso que en el siglo en el que estamos la gran mayoría de las personas sigan empeñadas en diferenciar por sexos, por colores, por etnias... y distinguir en el trato. Aunque no lo sepamos, nuestros actos repercuten sobre la mente de los demás y las nuestras propias.
Si en un edificio falta un ladrillo, un solo ladrillo en su estructura puede desmoronarse por completo.
Sé que es difícil, y nos llevará años conseguirlo. Viene de muy atrás y no será como un guiño de ojos cambiarlo. Pero tampoco sería fácil empeorarlo, ¡y miranos! No hace falta ir muy lejos, no hace falta dirigirnos a otras religiones o culturas. Aquí mismo, en tu colegio, en tu trabajo, en tu edificio, encontrarás pensamientos, que aunque vuelen independientes y sin piés ni cabeza ahí están.
Que la mujer cobre menos que el hombre es una aberración.
Seguir descriminando a las personas de color, a los que aman a personas de su mismo sexo. Creer que lo que no es igual a nosotros es anormal...Ignorantes todos aquellos que lo crean.
Por el momento, dejaré la expresión "de igual a igual" por la de "de igual a ignorante" porque en la sociedad de hoy en día no hay otra cosa, y no me gusta mentir.

lunes, 20 de octubre de 2014

Las niñas buenas no mascan chicle



Su chaqueta de cuero desgastado la delataba. No era como las demás, para nada. Labios de un rojo intenso y ojos ahumados por el insomnio. Caminaba a paso rápido. Su reflejo apenas permanecía un segundo en los cristales antes de desvanecerse como el humo. 
Ignoraba a los demás, miraba al frente y nada más existía que sus propias metas.


El amor era un espejismo, un estúpido espejismo, tal vez el causante de su actual rebeldía. 
Las ilusiones te destruyen porque solo son eso, ilusiones. Los deseos lo valen absolutamente para nada. 
Respiró una bocanada de aire fresco, mientras sus pulseras de metal tintineaban. 
Sus botas negras resonaban a cada paso. 
Hizo un globo con su chicle, porque las niñas buenas no mascan chicle y hacía tiempo que había dejado de ser una de ellas. 
Estúpida hipocresía. Estúpida demagogia. Estúpidos todos aquellos que pintan la vida de mil colores cuando todo está oscuro. 
No tenía prisas ni miedo. 
Solo la certeza de que todo era una completa mentira. Y que todos los platos que había roto de su vajilla había merecido la pena, porque cada cristal clavado en su carne era una dosis de orgullo y paciencia. 
Estúpidas mentes cerradas. 

sábado, 18 de octubre de 2014

-fotografiando la vida-









1994, Luna
Con los ojos cerrados, aspirando el aroma agotado de flores secas. En un balcón, anochecer temprano. Una canción que suena, relajada. Unas lágrimas que deciden que ya es hora de salir. Las estrellas buscan consuelo.
La desnudez se convertía en aquella noche florida, donde la luna dibujaba en su piel, haciéndola brillar.
Su espalda huesuda se curvaba , como un lobo auyádole al cielo, sus llantos hacían eco.
El aroma a soledad, la canción de la amargura. El hilo infinito de la tremenda locura, la falta de cordura, y la lucidez perdida en una batalla.
Luna se miró las manos, se frotó los ojos.

La noche estaba cerrada, apenas un par de estrellas se dignaban a brillar.
Su corazón latía al ritmo continuo del dolor. El desamor se apoderaba de su felicidad dejándola seca del elixir de la vida.
No encontraba consuelo ni en su tocaya que en lo alto del cielo brilla. Incluso se deprimía más anhelando la elegancia que ella emana.
"No puedo vivir.", se dijo. Tal vez sea cierto, pero la vida dura años y la muerte apenas segundos que no te darán tiempo a disfrutar.
¿Es mejor fingir sonrisas?
Tal vez el mañana al que tanto temes no sea más que un suspiro que escapa, y una sonrisa esta vez real.
Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos. Nunca ha sentido el deseo de alcanzarlas.
Se parecen muy poco a las estrellas melancólicas que adornan nuestro sueño. No asemejan esperanzas, solo son manos de realidad que quieren golpearnos.
Como una ermitaña triste y sola. Un alma acariciando la faz de la tierra sin pretender dejar una huella.
Luna se decanta por dejar pasar los años. Lo que Luna no sabe es que su vida es lo más similar a la muerte posible, porque, la vida sin amor, ilusiones ni deseos, los días sin sonrisas, caricia y anhelos, las tardes de risas contenidas y festejos...La vida sin todos esos aparentemente inútiles adornos es un pozo de sufrimiento en el que ahogarse.
Alguien dijo que un día sin sonreír es un día perdido, y espero haber conseguido que no pierdas veinticuatro valiosas horas.








Aún sigo creyendo que la vida son todas esas fotografías seguidas de las mejores cosas que hay en el universo, puestas delante de tus ojos para hacerte feliz.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Un minuto.

Un gesto de silencio, un abrazo, una caricia,
En secreto, un cruce de miradas, una sonrisa.
También enamorarse, de la mano tomarse,
discretamente encapricharse, amarse.
Una comprensión a distancia, una canción en sus labios,
clamar al Cielo: ¡cómo es posible llegar a quererte tanto...!
Hacer música por lo bajo, bajo su boca las prisas.
Prisa por sentir su roce, rozando sus manos. Hipnotizan.
A distancia, separados, sintiendo que falta tiempo.
Y sin embargo, tan cerca. Tan cerca pero tan lejos.
Entendimientos con tan solo una mueca,
semeja que no hay nada en este mundo que se mueva.
Recibir una buena noticia, una auténtica verdad
de esas con las que te puedes al día siguiente levantar.
Una resaca de felicidad, saturarse de alegría,
sentir ese beso. Comenzar una nueva vida.
Ver tu vida pasar, sentir ese orgullo...

Y esas son las cosas buenas que te pueden pasar en un minuto.

lunes, 13 de octubre de 2014

Capítulo 5, el verdadero color del cafè

Cecilia estaba sola en su casa, como era habitual. Tenía las cortinas echadas y una ligera luz tenue invadía el ambiente.
Una canción suave sonaba en su reproductor. Las notas deprimentes causaron en Cecilia una sensación de pérdida. Sentía que una parte de su alma había decidido independizarse, abandonarla, dejándola completamente vacía.
Los recuerdos golpeaban las paredes de su cabeza. No sabía nada de sus padres. Ni una llamada, ni un mensaje.
Olivia no era la persona adecuada con la que hablar de ciertos temas.
Sus compañeros de clase la ignoraban. Era una chica rara.
Marc era el único que no la miraba con compasión. Sino con esperanzas y luminosidad.
Habían pasado un par de días juntos, a solas. En la biblioteca, en el jardín...y Cecilia, sintiendo una mano amiga sobre la suya se había abierto a el. La escuchaba con paciencia. Suspiraba, e intentaba disimular las lágrimas, ya que parecía que la historia que la chica contaba era la suya. Como dos almas gemelas destinadas a pasear hasta la muerte agarradas de la mano.
Ninguno de los dos sentía más atracción por el otro que la de intentar descubrir porque la vida había escrito cuentos con principios y desenlaces tan parecidos.

Su teléfono móvil pitó indicándole que había recibido un nuevo mensaje, Olivia.
-¿Por que estás tan interesada en el asesinato?
- ¿Marc te lo ha contado?
-Si.
- ¿Puedes venir a mi casa?
-En cinco minutos estaré allí. Haz té.
Cecilia esperó, pensando en lo que iba a decir, como le iba a explicar lo que estaba sintiendo.
El timbre sonó, y Olivia apareció tras la puerta con una carpeta bajo el brazo.
-Te he traído lo que he encontrado, recortes de periódico, fotografías...- le tendió la carpeta de cartón. - sé que te pica la curiosidad, es normal.
Cecilia negó con la cabeza al tiempo que dirigía a la invitada a su salón.
Una vez sobre el sofá, con una taza de té en la mano la chica se atrevió a hablar,
-¿Qué es lo que ocurrió exactamente?
-Una chica, de unos veinte años de edad desapareció, de un día para otro. Al mes las autoridades dieron el caso por cerrado, un asesinato, aunque nunca nadie llegó a ver el cuerpo.
-¿Era estudiante?
-No, quienes la conocían decían que le gustaba el riesgo, la diversión, el peligro. Andaba metida en asuntos turbios, dicen. Pero yo creo que no se puede culpar a la víctima de nada. Desapareció una noche. No se han publicado ni imágenes ni descripiciones de la chica. Parecen que no querían que apareciese. El comisario...- Olivia calló de repente.
-¿Qué pasa con el comisario?- dije desesperada e intrigada.
Olivia tenía la mirada perdida.
-El comisario, el señor Pellegrini, cuentan que tenía una relación sentimental con la mujer a la que le triplica la edad estando casado,
Cecilia asintió, sin llegar a entender el repentino nerviosismo de Olivia.
Su amiga comenzó a sorber el té poco a poco. Y en ese instante, Cecilia reparó en que el apellido, no muy común del comisario coincidía con el de Olivia. La miró y no pudo sentir más que pena y admiración.

Mientras tanto, muy cerca de las dos jóvenes un hombre miraba diferentes tomas de Cecilias captadas por el; paseando libros por los jardines, con una bolsa del mercado...
-Mi dulce Marlen...

viernes, 10 de octubre de 2014

Alerta

"Recordaba cuando estaba esperando a que salieran por la puerta. Movía la pierna con señal de impaciencia sentada en la butaca azul del hospital.
Ahora la gente me mira y se aleja de mí. Al principio me preguntaba por qué, pero después desistí al ver que no encontraba ninguna respuesta en aquellas miradas.
Realmente, no encontraba respuestas en ningún sitio. Algunos valientes incluso evitan mirarme, como si por mis ojos se fueran a contagiar de lo que Dios quiso que tuviera. Probablemente no lo saben. No saben o que duele que te marginen sin más, sin pensar en cómo debe doler el pudrirse por dentro. Sin ni siquiera poder hacer algo para evitarlo.
Estás aislado, pero su escepticismo te anula. Había veces en que la impotencia me podía, veces en las que apretaba los puños y lloraba a gritos. Daba golpes contra todo hasta que sentía que la sangre volvía a fluir en mi interior.
Ahora, tumbada sobre ese pequeño trozo de colchón, ni siquiera puedo confiar en lo que mis padres me dicen. Hace semanas que nadie me da un beso, que nadie me acaricia y que nadie me sonríe. Todos me escrutan desconfiados, como si los fuera a traicionar. Y yo solo quiero saber qué ocurre a mi alrededor. Qué ocurre en mí.
Cada día estoy más débil y no sé si podré aguantar en la ignorancia. Gritar por saber las respuestas ya no me conviene. Hay días en los que me cuesta articular las palabras. Es duro, radical. Pese a que sea progresivo es frustrante ver cómo empeoras. Y ver que a nadie más le importa salvo a ti. Y mientras preguntas y preguntas, te cuestionas a ti mismo. Y ni un gesto te da la respuesta. Me peleo conmigo misma y con mi mente, que me convence de que todos me mienten.
Y no es agradable ver cómo las personas se asustan de ti y no de la enfermedad. Cómo se preocupan más de otras cosas que de su propia seguridad. Es horrible para mí, provoca en mi corazón sollozos.
Lo peor de todo es el lugar. Estamos todos agolpados sin posibilidad de salir. He visto muertos. Muchos, demasiados. Cada día perdemos más y más esperanza. No consigo conciliar el sueño escuchando los quejidos de todos los que están a mi alrededor. Y si duermo no tengo más que pesadillas en las que actúan como protagonistas los recuerdos almacenados en mi memoria.
¿Sabéis lo que es no saber responderte a ti mismo sobre cómo estás? Llegué a inventarme un método para conseguir enterarme de mi debilidad. Comencé levantando el brazo derecho por encima de la cabeza, ahora ni siquiera soy quién de mover la muñeca.
No sé, a veces me da por pensar, de esas veces en las que siento que voy a morir. En las que me da la sensación de que mi corazón se va a parar, y creo que ese es mi temor. Saber que son mis últimos instantes y no tener oportunidad de seguir luchando.
Pienso en todos los sueños que alguna vez tuve. Yo solía pensar en el día en el día en el que me graduaría, el día en que me casaría y mil cosas más que no puedo escribir. Ahora no tengo esperanza de llegar a terminar este día.
Algo me oprime, algo me hiela, mi sangre se condensa y mi alma vue"






jueves, 9 de octubre de 2014

El verdadero color del café, Capítulo 4

Cecilia miró a su alrededor, buscando inspiración. El lienzo estaba completamente blanco. El profesor miraba las obras de sus alumnos, haciendo gestos exagerados. Algunos hacían garabatos sin sentido, signos abstractos que intentan hacer físicos pensamientos alocados. Otros rostros perfeccionistas o paisajes hasta el mínimo detalle.
En un momento, la cabeza de Cecilia estalló en mil pedazos, una idea irrumpió la tranquilidad de su ignoracia. Su pincel se armó de alas, y sin atender a las instrucciones de la chica comenzó a bailar por el lienzo. Bañándolo en pintura, negra y blanca, blanca y negra.
Minutos después, la joven observó, exhausta el resultado. Cecilia se estremeció al ver lo que su mano se había empeñado en pintar. La misma mujer de siempre, esta vez con ojos, pero sin boca, aún peor, sin darle la oportunidad de explicarse, de poder enamorar con las palabras.
Cecilia movió la cabeza con energía, que estupidez, pensaba.
El profesor observaba su extraño cuadro, al tiempo que asentía.
-Maravilloso.- dijo.- exageradamente maravilloso. Señorita, ¿podría enseñárselo a su público? Explícale en que se ha inspirado.
La tímida joven se giró sobre si misma, rostros desconocidos la escrutaban esperando una explicación.
Respiró, centrándose. Cerró los ojos. Pero de su boca no salía ni una palabra. Ni una maldita palabra.
El profesor le tocó el brazo.
-Vamos.
Su tono iba de la calma a la desesperación.
-Hable.
Pero el silencio era irrompible.
-¡Hable!- terminó perdiendo la paciencia.
Cecilia empezó a marearse. No se encontraba bien.
La clase entera estalló en carcajadas al ver la expresión del hombre. Pero ella apenas sonrió, se estaba desvaneciendo ante la mirada atenta de aquellos jóvenes. Pero las risas no cesaban. Iban a más.
Sacando fuerzas de lo más fondo se puso en pie, tambáleandose, y sin levantar la cabeza salió corriendo, el pasillo vacío. Vamos, podría llegar a los baños. Un poco de agua, unas cuantas lágrimas y ya está. Pero no, no estaba. Nada estaba bien. Su mente estaba completamente descolocada.
Alguien le dió un toquecito en el antebrazo. Se volvió bruscamente y allí, frente a ella la extraña Olivia, con su pelo verde recogido y una sonrisa.
-Hola.- dijo con voz aguda. - ¿qué tal han ido las clases?
-Oh...bien...- Cecilia decidió esconder el imprevisto de la clase.
-¿Quieres comer con nosotros?
-¿Nosotros?
-Quiero presentarte a mi novio. Te caerá bien. Tienes sus problemas, pero intenta superarlo, es un chico encantador. Es mudo, aún no conozco bien el lenguaje de signos, el me escribe en un agenda que siempre lleva consigo. Casi nadie habla con el. Es triste, pero cierto. Las personas son intolerantes.- Olivia agarró a Cecilia del brazo con complicidad y se le llevó. La condujo por el pasillo hasta dar con el chico.- este es Marc.
Olivia le plantó un beso que sembró la envidia en el corazón de Cecilia, nunca nadie la había besado con tal pasión.
Se fijó en los rasgos del chico, era guapo. De tez oscura y ojos claros. Pero su vestimenta lo delataba, no era el típico joven. Y Cecilia no iba a descubrir.
Olivia le tendió la agenda a Marc para que hablara con la recién llegada, pero ella se aclaró.
-Conozco el lenguaje de signos.
El chico posó sus ojos sobre los de Cecilia. Y el mundo entero se paró en ese momento, no fue amor, (¿quien cree en el amor a primera vista...? ejem) fue la sensación de estar mirando a una persona igual que tu, una persona que sufre de la misma forma.
Cecilia pensó en la mujer sin boca capacidad para expresarse, gritar al viento su gran amor.
Su mente traviesa los imaginó diciéndose cosas en ese lenguaje que la ingenua Olivia no lograría entender. ¿Pero como podía estar pensando algo así? Lo apartó de su cabeza.
-Por cierto Cecilia, a tu pregunta, Marlen, la chica se llamaba Marlen.

martes, 7 de octubre de 2014

El verdadero color del café, capítulo 3

Cecilia se despertó cansada, como si no hubiera dormido ni un minuto de la noche.
Las pesadillas se habían tomado la molestia de molestarla como si no hubiera nadie más a quien molestar.
Abrió los ojos, poco a poco, la luz se colaba por la ventana. El reloj de pared marcaba las ocho.
Bostezó, sin dejar cubiertas ninguna de sus muelas.
Las clases empezaban a las diez, y pese a llevar meses deseando ese momento, no le apetecía nada acudir a la facultad.
Se incorporó estirando los brazos. Hizo crujir sus articulaciones y se dispuso a comenzar el día.
Aunque un temor incalculable crecía en su interior, apoderándose de su mente.
Sus movimientos eran torpes, lentamente, agarró el pomo del armario, pero cayó en la cuenta de que aún no había tenido tiempo de colocar sus valiosas prendas. Y en ese justo momento recordó la noche anterior, un escalofrío escaló por su columna vertebral hasta llegar a su cabeza y hacerle preguntarse mil cuestiones. Pero en vez de hacerlo se dirigió a su maleta y con grandes esfuerzos buscó algo interesante.
La ropa, de mil colores, a la luz del miedo parecía gris, y la desilusión convertía sus vistosos abalorios en puñados de arena.
Unos pantalones de pata de elefante negros, una blusa sin vuelo cortada por encima del ombligo y unas cangrejeras oscuras.
Hacía falta disfrazarse de unicornio (como mínimo), para llamar la atención en la universidad de artes, pues jóvenes variopintos y pintorescos, góticos junto a otros vestidos de arcoiris....en fin.
Cecilia añadió un jersey de flecos blanco y un maquillaje discreto.  Recogió su cabello azabache en una larga cola de caballo, y se prometió que en menos de una semana lo tendría por encima de los hombros, un corte no vendría mal.

Cerró la puerta de un portazo, bajó a toda velocidad intentando escapar de los fantasmas que le oprimían el pecho y le impedían respirar tranquila.
Caminó por la calle, paso tranquilo, torpe. Inseguro.
Cecilia es la viva imagen de la inseguridad, tantas veces la muerte se esconde entre sus ideas...
Una vez más su boca se abrió, sus ojos como dos platos. El aroma del arte entró por su nariz, intenso, delicioso. Como un sueño.

Una chica pasó a su lado, golpeándole el hombro. Sus libros cayeron al suelo.

-Lo siento.- dijo mientras se apresuraba a ayudarla.
Tenía el pelo verde, pero no un verde discreto, verde como los árboles en primavera, cortado justo por encima de los hombros. Sus ojos emanaban la seguridad que Cecilia no encontraba por ningún lado.
-Soy Olivia. Soy estudiante de tercer curso.
Pestañeó dos veces, indicando que la respuesta estaba tardando.
-Me llamo Cecilia. Acabo de llegar.
-¡Tu primer día!- dijo la chica con una voz exageradamente extraña. Cecilia sonrió tímidamente.- puedo enseñarte el lugar.
No tuvo tiempo para negarse, segundos después se encontraban paseando entre los jardines, cuyo color hacía juego con su nueva amiga.
-¿Y aquí, no se sale?
Olivia eludió la pregunta. Respiró y por fin se decidió a contestar.
-La noche es peligrosa.
-¿Porque?
-Hace algunos años una chica fue asesinada. El caso se cerró sin encontrar el culpable, estaba embarazada.
Cecilia se disponía a preguntar cual era su nombre, sospechando que tenía alguna relación con el incidente de a noche, cuando el timbre irrumpió su agradable conversación, Olivia se disculpó y escapó corriendo.
-¡No puedo llegar tarde!
Cecilia se quedó sola, sin reparar en el hombre le observaba desde una esquina. 

domingo, 5 de octubre de 2014

El verdadero color del café, capítulo 2

Cecilia cerró los ojos, aspirando con energía en aroma de la ciudad. No era demasiado grande, pero era un lugar con estilo y encanto. El típico sitio que una estudiante de arte siempre ha soñado.
Las calles estaban vacías. Los bares cerrados. Apenas un alma se dibujaba en la oscuridad. 
Un coche pasó a gran velocidad y pitó al pasar al lado de la joven. 
Cecilia se estremeció, un escalofrío recorrió su cuerpo entero. 
Extrañada miró la hora en su reloj de pulsera, la una y veinticinco. A esta hora las calles debería estar llenas de jóvenes con su ropa fosforita y su música a todo volumen. 
Siguió caminando por la avenida, cuando llegó a la esquina una extraña sombra se cinceló en la oscuridad. 
No lograba distinguir si se trataba de un hombre, una mujer o un producto de su desgarbada imaginación. Pero a medida que se iba acercando la figura iba tomando forma. Unas piernas embutidas en pantalones viejos, una camiseta blanca manchada y finalmente un rostro extraño, pálido, cansado y una mirada tuerta con un ojo de cristal.
Cecilia retrocedió unos pasos, el hombre, que ya peinaba canas, se acercaba a ella sin pausa. La chica había aprendido a ser prudente pero el extraño parecía haberse quedado prendado de ella. 
Cecilia se paró en seco. El hombre se acercó hasta que ella pudo oler su aliento de alcohol. 
-No deberías estar aquí.- dijo en un susurro. 
El corazón de Cecilia comenzó a latir a mil por hora, su vello se erizó y su garganta tragó saliva inconscientemente. 
-Es peligroso. - añadió. - para una muchacha como tu. Incluso lo es para mí. 
-¿Qué ocurre?- logró decir con voz temerosa. 
- Esta ciudad juega a disfrazarse de paraíso. 
Cecilia no logró entender a lo que el hombre se refería. 
-No confíes en nadie porque cada noche la ciudad se desnuda y el infierno se descubre. Como buitres liberados de una jaula, con sed de sangre y venganza. 
-Nadie me quiere vengar. Nadie me conoce. 
-Te equivocas, Marlen, yo sí te conozco. - dijo el hombre al tiempo que colocaba su mano en el hombro de la asustada mujer. 
-¡No me toque! Si vuelve a hacerlo gritaré lo suficiente como para despertar al vecindario. Yo no soy Marlen, no conozco a Marlen, usted está loco.- gritó Cecilia, cada vez más asustada. 
- Ya no te acuerdas de mí...- farfulló.- ¿que fue de esa mirada dulce y tierna? 
La chica, en un acto reflejo, cerró el puño y golpeó lo más fuerte que pudo el rostro del repugnante hombre, golpe que lo retuvo el tiempo suficiente para escapar, salir corriendo a un lugar en el que pensar con más claridad. 
Estaba asustada, tremendamente asustada. Se sentía indefensa, no tenía a nadie con quien hablar del extraño suceso, ¿y si ese hombre volvía a molestarla?
Al llegar a casa miró su muñeca derecha. ¿Qué hora es...? Y cuando lo hizo cayó en la cuenta de que algo faltaba, la pulsera dorada que tanto significaba para ella ya no estaba. Preocupada, pensó que tal vez le habría caído en el momento del puñetazo.

El hombre no se había movido de esa esquina, con la mano sobre su sangrienta mandíbula derecha, cuando, al mirar al suelo reparo en algo que brillaba. Se agachó con grandes esfuerzos y lo cogió. Era una pulsera. Remangó la manga de su camiseta para comprobar que era exactamente igual a la que el llevaba.

-Marlen...-suspiró. 

viernes, 3 de octubre de 2014

Cómo salir de Roma. Cap. 2

Llegué a mi casa, apestando a inseguridad y a tristeza contenida. La llave vieja de mi casa de alquiler se quedó atrancada en la cerradura. Una forma como otra cualquiera de pisotear aún más los restos salpicados de mi alegría en el día.
-Vamos, ¿no te pondrás a llorar ahora por que la llave no gire? Esta bipolaridad tuya no me gusta.
-¿De verdad sigues? Me acaban de dejar, estoy destrozada. Sola, sin nadie, ¿entiendes? Ah, no, no entiendes. Tú nunca entenderás lo vacío que te sientes cuando no tienes a nadie con quien contar. No tienes alma. No puedes sentir nada. Eres una insensible parte de mí. Recuerda que mis fallos son también tus fallos. Y desde que mi otra parte se fue, estamos tú y yo. Así que deja de ser tan asquerosamente impertinente y no me hundas más.
-¿Hundirte? A ver, despierta de una vez. Esto es la realidad. Tu tristeza no son más que falsas apariencias impuestas por la sociedad. Si te dejan, tienes que estar tan humilladamente destrozada como para que todo el mundo quiera animarte. Quieres ser el centro de atención por unos momentos. Es normal... es normal... dentro de este estúpido mundo de humanos.
Resoplé. Resignada. Pensé durante un momento en aquellos m
omentos en los que mi cabeza se dividía en dos. Recordé el día que se fue...
"Ese día, al despertar, sentí que una de aquellas dos partes se alejaba. Como si hubiera cogido un tren de alta velocidad, o como si una cama acolchada se alejara montada sobre unos monopatines. Muy expresivo, ¿no? Pero era como una sensación suave y nítida de ese alejamiento que raspaba dentro de mí.
Empecé a gritar cual descosida en mi habitación. Me dolía tanto la cabeza que creí que iba a morir desangrada por dentro.
-¡¿DÓNDE ESTÁS?! ¡¿A DÓNDE TE HAS IDO?!
-...
-¡SÉ QUE ESTÁS AHÍ! -dije mientras saltaba en círculos como si estuviera buscando algo. Era como una cruel mezcla entre gallina y peonza. Cada vez que me acuerdo de aquella imagen siento vergüenza de mí misma.
-Se acaba de marchar. ¡Felicidades! Se acaba de marchar tu parte favorita, ¿qué se siente al saber que nunca podrás volver a criticarme a mis espaldas? Bueno, a mis espaldas no, porque os oía perfectamente, pero, oye, está bien eso de vivir al límite.- me dijo la negatividad "almificada".
-Vete tú también. Estoy convencida de que estas voces que oigo no son normales, ¿seré esquizofrénica?
-Si lo eres no quiero estar aquí cuando lo descubras. Ahora que se ha ido tu predilecta, ¿piensas escucharme alguna vez?
-Deja de ser tan cínica.
-No creo que sepas ni siquiera lo que significa eso.
Y no, no lo sabía."
-Oye, creí que ibas a acabar tu pensamiento con un: ahora veo lo equivocada que estaba... o algo en plan peloteo. Sé lo que piensas en realidad, pero me gusta que me doren la píldora. No está mal. Déjame disfrutar de esta vida que me das.
-Déjame ya. ¿Qué hago?
-¿Tengo que pensar también por ti? -dijo con retintín.- Qué desastre... Te voy a dar una pista. Si tuviera brazos señalaría. Ventana.
Tras la aventura que prefiero no relatar que casi acaba con varios huesos rotos, un infarto vecinal y una ventana destrozada. Desperté con sabor amargo en la boca. Como si alguien me hubiera metido café mientras dormía. O me hubiera emborrachado en lágrimas.
-Dios, qué cursi eres. Deja de ser tan falsa, por Dios. Ah, antes de nada, tuitea lo mal que estás, por favor. Que no se lo pierdan, va, vamos, va.
Puse los ojos en blanco. Me senté en la cama y pensé que mi trabajo no me ataba, que todo me traía recuerdos y que la vida es un asco. Una forma de ser radical. Estuve valorando el cortarme el pelo o cortarle a él la cabeza. Muerto dolería menos
-Hazlo, hazlo, hazlo. -dijo, aclamándome.
Ignoré su estúpido comentario.
Me levanté y me acerqué al ventanuco de aquel destartalado apartamento. Hacía un día nuboso, el cielo estaba encapotado y ni siquiera los coches tenían la capota echada. Pobres inocentes.
Caminé un rato por el loft, si se le podía acuñar un término tan moderno. Y sentí que no pintaba ni dejaba el pincel.
Quería salir de aquel pueblucho. Quería ser de otra parte. Cambiar mi pasado aparente. Lo pensé mientras recogía mis cosas.




Cogí las maletas y me largué.

Caminando sola hasta la estación de autobuses.

El verdadero color del café, by Alicia

Novela escrita por Alicia Otero.



Capítulos:

Capítulo 1









El verdadero color del café, capítulo 1

Capítulo uno:

Esta historia empieza con una sonrisa. Una sonrisa tremendamente satisfactoria. Una sonrisa que indica el comienzo de una nueva etapa.
-Papá, mamá, me voy.
Una maleta a medio hacer. Vestidos cortos y largos desparramados sobre la cama, la colcha de las despedidas.
Miles de fotos y planos. La universidad…¡por fin! Tres años de estudio, pero también fiestas, y después, la infinita libertad de ser un adulto, con estudios, dispuesto a cumplir su sueño.
Miró con nostalgia las decenas de cuadros que colgaban en la pared de mi habitación. Habían sido todos pintados por ella y retrataban diferentes perspectivas del rostro sin ojos de una misteriosa joven que habitaba en su mente.
Apartó la mirada bruscamente, intentando contener lágrimas, que luchaban por salir al exterior.
Cogió su violín con cariño. El instrumento había pertenecido a tres generaciones de la familia. Era una artista,  es una artista, intentando llegar a la altura de su nombre, Cecilia, patrona del arte y de la belleza.
¿Belleza…? Ejem… Cecilia acarició su largo pelo azabache y se frotó el rostro con el dorso de la mano. A veces desearía haber nacido siendo otra persona…
Al recordar que estaba a punto de inaugurar una nueva vida, tal vez para no volver más a esta casa de locos, la felicidad le inundó de nuevo.
En un suspiro ya estaba en la puerta. Luego en el coche agitando la mano con fuerza. Y unos cuantos suspiros más tarde sus ojos se abrían de sorpresa.
Jóvenes por todas las esquinas, de todos los tipos, chicas y chicos parloteando sin parar y otros sacando los libros a pasear.
Más suspiros…la universidad.
Por fin llegó al pequeño ático donde se disponía a pasar los siguientes tres años de su vida. No estaba mal…habría que decorarlo un poco…
Dejó la maleta sobre la cama, la abrió apresuradamente y sacó todas las prendas, rebuscó con energía hasta que dio con la que buscaba.
Un vestido gris de algodón, largo hasta los tobillos con una abertura desde el muslo hasta el final.
No olvidó colocar en su muñeca derecha la pulsera dorada que tenía desde su nacimiento, y que nunca se había molestado en descubrir quien se la había regalado. Cogió un jersey fino, ya que la noche refrescaba y se dispuso a conquistar, y arrasar, la ciudad.
Mientras bajaba las escaleras una voz  apareció en su mente. El rostro de esa mujer sin ojos se dibujó en su cerebro. Hablándole en un idioma que no lograba entender. Diciéndole palabras que no tenían sentido.

Cecilia rio de su propia locura y continuó caminando. ¡La noche acababa de empezar! Aunque tal vez no fuera tan amena como esperaba.





miércoles, 1 de octubre de 2014

Cómo salir de Roma. Cap. 1

Estaba sola. Muy sola. Caminaba por las calles mojadas que me llevaban hasta casa. El lugar donde me iba a encerrar durante dos semanas a comer sin parar bizcocho, a ver películas ñoñas de Amanda Seyfried, a quedarme bajo las sábanas buscando una protección que no iba a encontrar, un consuelo que nunca lograría calmar.
Arrastraba los pies mientras maldecía en secreto, mientras las lágrimas internas se agolpaban bajo mis pestañas, como si no hubiera forma más cruel de recordarme que era débil. Que yo tenía la culpa.
Me amargaba pensar que tendría que tirar aquel peluche, todos esos regalos. No, tirarlos no. Mejor quemarlos para asegurarme de su auténtica destrucción. Ay, pero, ¿y las cenizas? Esas se las lleva el viento. Sí, se las lleva el viento.
-Espera, ¿y si se cuela alguna mota de polvo debajo de la cama y se queda conmigo eternamente? No quiero seguir recordando, pero las cenizas que se quedan me evocarán recuerdos.
-Sí, María, sí. Van a ser las cenizas lo que evocan tus recuerdos. Lo siento, pero es inevitable, eres una niña estúpida que se va a seguir torturando por los recuerdos del pasado. Anda, mira, ahí hay una panadería. Ve y cómprate un suministro industrial de bollos de chocolate para engordar y parecer un elefante. Después sí, después te deprimirás por no haber sabido llevar la ruptura y le pedirás volver a retomar la relación. Lo llevas haciendo dos años y aún no te has dado cuenta de que te estás envenenando. Pero tú tira, ¿eh? Yo no voy a impedirte que peses doscientos quilos. Solo soy una parte de tu mente que habla contigo y no me harás caso, María. Nunca me haces caso. Ni siquiera cuando lo único de lo que intento librarte es de... ese pestazo que llevas encima, ¿no te estarás ya arrepintiendo?
-Oh, Dios, déjame ya. Tengo frío y estoy llorando, ¿no estás ya contenta? Y sí. Tenías razón, ¿vale? Toda la razón del mundo. Toda la razón que quieras e incluso un poco más. Pero nada va a cambiar. Esta vez no vas a conseguir engañarme con tus palabras, con tus trucos de feriante. Ahora, cállate y ayúdame a pensar.
-Oh, sí, venga. Vamos a pensar en cómo sentirnos culpables al dejar a su pobre alma desdichada vagando entre la muchedumbre. Ay, si una luz iluminase sus ojos como lo hacías tú con tu corazón... -dijo entre carcajadas.
-¿¡Por qué no dejas ya de burlarte de mí!?
Eso último escapó de mi tranquilidad, me puse demasiado nerviosa. Fue tal la rabia que sentía que mis oídos retumbaron ante semejante grito. Desgraciadamente, los oídos de toda la calle retumbaron al son del mío.
-Genial... por tu culpa ahora creen que estoy loca. Guay.

-¿Por mi culpa? Eres tú la que grita. Anda, vámonos a casa, tengo ganas de dormir.
-Ya, claro. Pues no, te quedas aquí.
-¿Cómo me voy a quedar aquí si formo parte de ti? ¿Me lo explicas?

Sin quererlo sentí impotencia, una lágrima fácil resbaló por mi mejilla, seguí caminando tropezando con la ironía hacia mi casa. Donde pensé que tal vez nunca volvería a avistar tierra firme.
Y no sabéis cómo me equivocaba.