lunes, 2 de febrero de 2015

Adiós.

Entró en su vida como un torrencial de sentimientos de fuerte lluvia poderoso y perfecto. Una tormenta de sonidos perturbantes de antes de quedarse dormida.
Ella, la chica que iba a lo suyo, con su vida fuera de lo establecido, pero dentro de las paredes de su orgullo. Iba con una especia de mueca mustia, un extraño dibujo abstracto que ocultaba su rostro. Un cuadro vanguardista que se adivinaba en sus ojos, una mancha nítida de color que embravecía su espíritu decaído, de espectro fantasmal asesinado por su propia sonrisa.
Era la máxima noción de la realidad que te daba cuando la mirabas con la luz de la madrugada o del mediodía, quizás por la noche.
Él, estaba fichado por miles de ojos en cada esquina. Con todas sus "movidas" en las que ellas andaban siempre detrás. Siempre maquinando cómo escapar de aquellos callejones sin salida.
Con el humo de un suspiro saliendo de sus labios, mezclado con el olor del tabaco y la desilusión.
Un alma rota por los miles de espejos en los que se miraba. Una tortura de belleza en su boca y en sus ojos. Tan distinto a todo aquello que detestaba. Tan parecido a su odio. Eran como almas gemelas separadas por un abismo de diferencias; con el único punto en común de ser dos almas.

El único que al acercarse provocaba electricidad en su piel, el único que despertaba en sus labios un cierto sabor a locura, a placer.
Sus ojos, chispeantes, se encontraban al alba, en sueños o entre sábanas. Ella tenía la vista en torno a su pensamiento, intentando descifrar cada escondido índice de sufrimiento.

Ella era la única melodía de su cabeza, aquella semejante al canto de la brisa que ondulaba su corta cabellera, acariciada por el sol.
Una misma metáfora utilizada una infinidad de veces, pero que nunca ha perdido su esencia.

Ahora ambos escrutan las luces nocturnas de la ciudad. Se besan con la intensidad con la que dos seres en ropa interior conservan sus prioridades.
Ella aparta sus manos de su espalda, un silencio inunda sus pupilas, un gran interrogante.
Él enciende un cigarrillo y se apoya contra la barandilla, solo para observar cómo la ceniza lucha por respirar en el viento.
Una palabra cruza la habitación como un halo de luz que llega desde lo alto. Ninguno entiende su significado, pero el verdadero temor llega cuando esa palabra ha salido de ambos labios.