sábado, 12 de diciembre de 2015

Que aquí quede el dolor.

Hoy. Que el pánico cubre mis pestañas al tocarse. Que el recuerdo me golpea a martillazos y me duelen tanto tus palabras.
Decidí atrasar las horas hasta cuando podía ocultarme entre tus brazos. Hasta cuando podías ser mi confidente de silencios inoportunos. Retrasé el momento de hacerme a la idea hasta que puedas encontrar en mis pupilas el tiro certero que acabe conmigo.
Guardo una bala en la recámara de mis ojos, con la etiqueta de: en caso de incendio, aprieta el gatillo.
El problema es que ya no hay incendio. Solo humo que no me deja respirar.
Quise pensar en cuánta falta me haces. En cómo necesito tu sonrisa partida encajando en mis labios. Y que me muerdas porque no puedes resistir compensar el cariño que me das.
Cuánto quiero que me abraces. Que me sujetes y me rompas. Y me hagas, me crees, me deshagas y luego soples. Y consigas que me evada y olvide cuánto necesito olvidarte. Y recordarte otra vez. Y sonría. Tan fuerte y tan sincero que nada pueda hacerme daño; aunque solo tenga tu recuerdo para taparme del miedo.
Pase lo que pase.
Aunque ahora todo me arranque la piel. Todo me duela.
Ha pasado que cada vez anochece antes. Y ahora el frío quema más que nunca.
Si no quieres, no vuelvas. Y déjame ser yo.
O ven. Vuelve. Y haz que sea yo.