domingo, 27 de marzo de 2016

Salto poético temporal.

Cuento los minutos
en un reloj de despacho;
mirando al techo
me regalo
tiempos de otra locura.
Tacho
los días en el calendario.
En un almanaque
de supermercado
en el que te transformas
en cifras.
No sé si poner alguna alarma
para cuando tu voz calma
grite mi sosiego
y yo responda
que te he echado
tanto de menos
como estrellas tiene el cielo,
como piedad, ruego
y miedo, las horas.
Me queda la voz
y nada en los bolsillos
salvo las manos...
Me queda el esperar
que las calientes con las tuyas
y me salves de todo
menos de tus males.
Que guardes todo
menos la distancia.
Me quedan tus pupilas,
una luz
y este poema
al alba.
Cuando cierre los ojos
acompáñame
hasta llegar a tu puerta en sueños,
asegúrate de dejarme tus llaves
cuando yo las pierda.
No vaya a ser
que me quede sin decirte 
que te quiero.

lunes, 21 de marzo de 2016

Nos salvamos.

Aquella tarde de verano
tú no me diste un beso,
sino que venciste los miedos
y te lanzaste al vacío.
Yo tampoco te besé;
yo cogí mi vida
y la dejé en tus manos.
Y aquí estamos,
yo a punto de quebrarme
y tú buscando sonrisas en la calle,
para cosérmelas a los labios.

Aquella tarde de verano
nos dimos las manos
y sin hablar, pactamos
nunca dejarnos caer;
y aquí estamos los dos,
rotos;
juntando los pedazos del otro,
para verle feliz otra vez.

Aquella tarde de verano
me miraste a los ojos
y me desnudaste el alma;
te metiste dentro.
Por favor,
No salgas nunca de aquí.

Quédate mil veranos,
cógeme de la mano
y dime que todo,
saldrá bien.
Acaríciame los defectos
y hazlos tuyos,
para que los abrace
cuando te eche de menos.

Haz conmigo tu verano
mírame,
que saldrá el sol.

Solo quédate,
vida mía,
y sálvame


como aquella tarde de verano.



Métrica magnética.

Un,
dos,
bajas
me subes,
me encuentro,
te pierdo
y te busco
a mi lado.
En el simple
instante
en que susurras:
abres el alma,
cierras los dedos,
rodeando mis manos.
Y siento tus labios
acariciando,
rozando
y apretándome
muy dentro,
donde nadie más
sabe verme.
Murmuras
un sollozo
cálido
y húmedo
contra mi muralla
de porqués.
Me veo sin pensar
en un intento
por permanecer entera.
Por no dejar 
que me rompas.
Y dejo 
de entender
cuánto me quieres
y cuánto te quiero dar.
Todo.
Cierras la puerta,
apagas la luz
y enciendes una cerilla.
Me prendes fuego.
Y empiezas a ver cómo ardo.
La carrera
contrarreloj
y contra la pared
y el colchón
y los miedos
empieza.
No dejes que se acabe
con el último grito.
Quiero que exhales
un poema,
el más bonito
sobre la faz 
de tu cuerpo
bajo el mío.
Permíteme si te digo
que te tengo presente
en mis escondites
más secretos.
Que te pienso
como una canción
de Pink Floyd.
Arte
y placer.
Puro éxtasis.
Una metaforfosis
de las de ahogarse
en gemidos
para volver a nacer.
Una gota
de lluvia
en medio del desierto.
Y yo una lágrima 
en el mar.
Sin embargo
te haces grande
cuando te hallo
las cosquillas
en el cuello.
O donde pidas.
O donde quiera
yo.
Tú.
Nada más
que un resplandor infinito
de un no sé qué
que tan poco
sé explicar
y tampoco
quiero entender.
Constante,
piso
y acelero
tu ritmo cardíaco.
Te leo,
me descubres
nuevas formas
de exprimirme.
No sé 
si hay un límite.
Tengo claro
que lo vamos a buscar
para destrozarlo.

Hora punta

Cuando te miro y sonríes,
se me achica el alma,
se me enciende hasta el décimo sentido,
y despierta en mí aquel revuelo dormido de rimar todo con tu nombre.
Faltan escasos minutos para las doce,
y somos las manecillas de un reloj,
que esperan corriendo la hora punta
para levitar juntos de nuevo.
Siempre tuve alma de poeta,
no sé si tu de musa,
o de tinta,
pero que sepas que alimentas mis versos.
Recuérdame esta noche,
que antes de dormir nos imagine
para toparnos en sueños.
Tú, con el pelo revuelto
y humo entre los dedos donde descansan mis mechones.
Voy a contar hasta diez y quiero que me pares
cuándo mis labios se separen para pronunciar el noveno.
Manera más compleja no encontré de pedirte que me beses,
de decirte que te quiero.

domingo, 13 de marzo de 2016

Poéticamente incorrecto.

 Pide que te quieran.
Pide que te entiendan.
Pide que se queden.
Solo cuando nadie más lo haga.
Solo cuando menos lo merezcas.
Cuando estés más ausente
porque callas.
Cuando la verdad sea latente
bajo tus párpados de estrellas
golpeados
en todos los muros
de piedra.
Cuando pienses
en todas las consecuencias
y más te ciegues.

Si como Bécquer piensas
que mientras haya una pregunta
que a la razón se oculte
y un océano que a los cálculos resista
(o algo así)
habrá poesía.
Si tienes miedo de que algún día
entiendan las metáforas
en las que te escondes.
Si el viento quiere tirarte:
pide hoy que te sigan probando.

Que todos tenemos verbas
y muy pocos sabemos usarlas.

Cuando llegue el día
en que el anhelo nos sobrepase,
solo los poetas sabremos
qué hacer para que las aguas se calmen
y vuelva la tempestad a sus inicios.
Cuando los versos se hagan cristales
y corten con cada estrofa que abarquen...
cuando llegue el fatídico día
en que convirtamos los poemas
en algo tangible;
y las lágrimas caigan a voluntad
y nadie se trague los sentimientos.
Cuando la virtud de los imposibles
se converja con lo visible
y torne
en hechos.
Cuando llegue ese momento
dejará de existir la poesía.

Solo espero que si nunca te ha importado
no influyas en su epitafio.

domingo, 6 de marzo de 2016

Poema a mi desconocido.

Amanecía
un día cualquiera,
lágrimas en su sitio,
y el retumbar
de las botas
contra el asfalto
estallaba en los cristales.

Mañana turbia, 
gris,
temblaban los lagrimales
al ruido
de quien se lleva
a lo único
por lo que ha luchado,
a ti, a su hijo,
a la guerra.

Desfilando a un paso
que no era el tuyo,
una sonrisa
rota en metralla
se adivinó en tu rostro.
Querías crecer del todo
cuando apenas
sabías
mantenerte en pie.
Un murmullo,
un traqueteo
en las ruedas del tren
llevaba tu sino
sin embargo
sospechabas
que te habías perdido.

Desconocías
hasta el nombre
de tu padre
si preguntaban.
Y juraste por tu honor
que un hombre 
no llora.
No serías menos.
Nunca lo fuiste.

Fuiste valiente
y solo erguiste
el puño en señal de victoria
cuando supiste
que tu apellido
no figuraría
nunca
en los libros de la Historia.
Rompiste la promesa
que a fuego te grabaste
cuando te dieron certeza
de que tu honra dependería
de un hilo de pólvora
sirviendo en artillería.

Las armas
que no escogiste,
las llamas
al horizonte.
En algún lugar
donde perecen
las bombas de los cañones
que tú disparaste.
Y tu conciencia
volando
radiante hoy
en el cielo
sabrá que no sabías,
si en algún caso
lo pensaste,
a quién estabas disparando.

Héroe ausente, 
luz palpitante
en mi pecho.
Poeta dormido
en las fauces de la tierra.
Concebiste un mundo 
sin guerras
sin apenas saber
qué era eso.

¿Por qué tú luchabas
por ideas
que no eran tuyas?
¿Por qué el explotar
no te dolía?
¿Por qué tuviste que pasar
por tan angustioso dolor?
¿Por qué si tú no tenías
ganas ni pasión,
no quisiste decir adios
al sol que amedrenta
a la noche cerrada?

En un sepulcro
y una tumba de silencio
cerrabais los ojos
buscando algún sueño,
un escenario sin
bombardeos,
dando la espalda
al corazón preso.
Un rayo de sol
cruzó la estancia
y buscando
el segundo que alcanza
la luz a despertar 
el día
descubriste sino
oscuridad.
Sangre, desgarro, mentira,
tumulto, bullicio,
frío, calor...

Y en tu pecho,
cualquiera lo diría,
que lo que te atravesaba
el hombro
era un trozo de metralla
y no era enemiga.

Aprendiste en poco tiempo
que todo dolor tiene cura
pero nunca olvido.
Así me convertiste
desde la distancia
en un cúmulo de versos.

Hoy a ti quiero
darte un gesto sincero
de mi más sincera despedida.
Lo has hecho bien, desconocido...
Lo has hecho bien, bala perdida.
Me hubiera gustado conocerte y ser más que dos extraños con cierto pasado en común. Gracias por pertenecer a las historias de mi padre, abuelo. Hoy vives en este poema. XXII