Entonces, desmoronándome en
lágrimas, destrozando mi garganta en aullidos de dolor, me dejé caer en el
lugar más remoto existente sobre la faz de los sueños. Desgarrándoseme el alma,
afligida por el horror de ver mis últimas horas contadas en el minutero del
reloj.
Caminando en la bahía de los
corazones desgastados, dejando llorar en vida gritos desesperados, y dejaba
aflorar mi ira, mis bienes más preciados, el tiempo se paga con vidas. Pues
quién no sabe que tira al mar una flor, quién no conoce el daño que una vez
impartió... sobre todas las cosas, duele ver con sentimiento la sangre emanar a
través de la piel, la sangre que con el viento se oxida... al igual que del
tren la vía, cuando afectada por los años se vio.
No hay puñal más afilado que el
de quién realmente quiere morder tu corazón desgastado. Y nunca quise huir de
todo, sabiendo lo que me condenaba, la bala de plata que me arrojabas, la daga
de mis heridas... la mejor de las cartas de tu baraja perdida.
Y desangrando mi vida en los
últimos instantes, una ilusión se posó delante. Una delicada mariposa negra,
que orgullosa veía revolotear, cuando el futuro que corría por mis venas no
mucho más podía aguantar. Vi, en aquel momento, cada instante renacer, cada
rincón del lugar, cada gota de lluvia yacer. Y todo se tornó confuso y
emborronado, borroso, frío, apagado, la oscuridad me consumía y yo simplemente
mi mano erguía en busca de felicidad.
Entonces comenzó el dolor su
incesante baile de nuevo, comenzaron viejas heridas a aflorar, cuando quise
darme cuenta después de intentar olvidar. Y me desorienté. No sabía muy bien mi
nombre, solo importaba en quién realmente me había convertido después de tanto
y tanto dolor recibido. En aquellos momentos en los que pensaba en quererte.
Y entonces me di cuenta de que es
mi propio grito desesperado el que me ahoga con sus manos, de que es el frío
viento de un futuro incierto sin distinguir en la lejanía, de que es la
angustia de un sueño perdiéndose en la penumbra. Eso es a lo que la vida mía
atormenta y a la sonrisa ahuyente mientras el alma llora, llora desconsolada
sin más abrazo posible que el de un anhelo... el anhelo de escuchar tu risa. Y
quién pudiera reconocerte en mis falos sueños, en la más falsa realidad
imaginativa que a mi cuerpo sustenta.
Y mientras el dolor me iba consumiendo
como se consume una vela, mi alma iba atormentándose en pecados, y los gritos
de mi espíritu... esos gritos que en mi cabeza resonaban, haciéndome cumplir la
más terrorífica de las muertes.
Y comencé, poco a poco, a
desangrarme. Veía mi vida correr, formando arroyos de impotencia, pequeños ríos
de amargura en los que no cabía más agua que la de mis propias lágrimas que
tornaban en fríos trozos de hielo cuando tu recuerdo veía aparecer. Y mi propia
sangre se heló cuando sentí a tan siniestra presencia venir a buscarme, cuando
comencé a sentir la luz acercándose hacia mí. Buscando en lo desconocido
estaba, y nunca llegué a encontrarte. Ni siquiera cuando con mi último suspiro
en vida, susurré tu nombre.