martes, 22 de abril de 2014

Y susurré tu nombre


Entonces, desmoronándome en lágrimas, destrozando mi garganta en aullidos de dolor, me dejé caer en el lugar más remoto existente sobre la faz de los sueños. Desgarrándoseme el alma, afligida por el horror de ver mis últimas horas contadas en el minutero del reloj.

Caminando en la bahía de los corazones desgastados, dejando llorar en vida gritos desesperados, y dejaba aflorar mi ira, mis bienes más preciados, el tiempo se paga con vidas. Pues quién no sabe que tira al mar una flor, quién no conoce el daño que una vez impartió... sobre todas las cosas, duele ver con sentimiento la sangre emanar a través de la piel, la sangre que con el viento se oxida... al igual que del tren la vía, cuando afectada por los años se vio.

No hay puñal más afilado que el de quién realmente quiere morder tu corazón desgastado. Y nunca quise huir de todo, sabiendo lo que me condenaba, la bala de plata que me arrojabas, la daga de mis heridas... la mejor de las cartas de tu baraja perdida.

Y desangrando mi vida en los últimos instantes, una ilusión se posó delante. Una delicada mariposa negra, que orgullosa veía revolotear, cuando el futuro que corría por mis venas no mucho más podía aguantar. Vi, en aquel momento, cada instante renacer, cada rincón del lugar, cada gota de lluvia yacer. Y todo se tornó confuso y emborronado, borroso, frío, apagado, la oscuridad me consumía y yo simplemente mi mano erguía en busca de felicidad.

Entonces comenzó el dolor su incesante baile de nuevo, comenzaron viejas heridas a aflorar, cuando quise darme cuenta después de intentar olvidar. Y me desorienté. No sabía muy bien mi nombre, solo importaba en quién realmente me había convertido después de tanto y tanto dolor recibido. En aquellos momentos en los que pensaba en quererte.

Y entonces me di cuenta de que es mi propio grito desesperado el que me ahoga con sus manos, de que es el frío viento de un futuro incierto sin distinguir en la lejanía, de que es la angustia de un sueño perdiéndose en la penumbra. Eso es a lo que la vida mía atormenta y a la sonrisa ahuyente mientras el alma llora, llora desconsolada sin más abrazo posible que el de un anhelo... el anhelo de escuchar tu risa. Y quién pudiera reconocerte en mis falos sueños, en la más falsa realidad imaginativa que a mi cuerpo sustenta.

Y mientras el dolor me iba consumiendo como se consume una vela, mi alma iba atormentándose en pecados, y los gritos de mi espíritu... esos gritos que en mi cabeza resonaban, haciéndome cumplir la más terrorífica de las muertes.

Y comencé, poco a poco, a desangrarme. Veía mi vida correr, formando arroyos de impotencia, pequeños ríos de amargura en los que no cabía más agua que la de mis propias lágrimas que tornaban en fríos trozos de hielo cuando tu recuerdo veía aparecer. Y mi propia sangre se heló cuando sentí a tan siniestra presencia venir a buscarme, cuando comencé a sentir la luz acercándose hacia mí. Buscando en lo desconocido estaba, y nunca llegué a encontrarte. Ni siquiera cuando con mi último suspiro en vida, susurré tu nombre.