domingo, 5 de octubre de 2014

El verdadero color del café, capítulo 2

Cecilia cerró los ojos, aspirando con energía en aroma de la ciudad. No era demasiado grande, pero era un lugar con estilo y encanto. El típico sitio que una estudiante de arte siempre ha soñado.
Las calles estaban vacías. Los bares cerrados. Apenas un alma se dibujaba en la oscuridad. 
Un coche pasó a gran velocidad y pitó al pasar al lado de la joven. 
Cecilia se estremeció, un escalofrío recorrió su cuerpo entero. 
Extrañada miró la hora en su reloj de pulsera, la una y veinticinco. A esta hora las calles debería estar llenas de jóvenes con su ropa fosforita y su música a todo volumen. 
Siguió caminando por la avenida, cuando llegó a la esquina una extraña sombra se cinceló en la oscuridad. 
No lograba distinguir si se trataba de un hombre, una mujer o un producto de su desgarbada imaginación. Pero a medida que se iba acercando la figura iba tomando forma. Unas piernas embutidas en pantalones viejos, una camiseta blanca manchada y finalmente un rostro extraño, pálido, cansado y una mirada tuerta con un ojo de cristal.
Cecilia retrocedió unos pasos, el hombre, que ya peinaba canas, se acercaba a ella sin pausa. La chica había aprendido a ser prudente pero el extraño parecía haberse quedado prendado de ella. 
Cecilia se paró en seco. El hombre se acercó hasta que ella pudo oler su aliento de alcohol. 
-No deberías estar aquí.- dijo en un susurro. 
El corazón de Cecilia comenzó a latir a mil por hora, su vello se erizó y su garganta tragó saliva inconscientemente. 
-Es peligroso. - añadió. - para una muchacha como tu. Incluso lo es para mí. 
-¿Qué ocurre?- logró decir con voz temerosa. 
- Esta ciudad juega a disfrazarse de paraíso. 
Cecilia no logró entender a lo que el hombre se refería. 
-No confíes en nadie porque cada noche la ciudad se desnuda y el infierno se descubre. Como buitres liberados de una jaula, con sed de sangre y venganza. 
-Nadie me quiere vengar. Nadie me conoce. 
-Te equivocas, Marlen, yo sí te conozco. - dijo el hombre al tiempo que colocaba su mano en el hombro de la asustada mujer. 
-¡No me toque! Si vuelve a hacerlo gritaré lo suficiente como para despertar al vecindario. Yo no soy Marlen, no conozco a Marlen, usted está loco.- gritó Cecilia, cada vez más asustada. 
- Ya no te acuerdas de mí...- farfulló.- ¿que fue de esa mirada dulce y tierna? 
La chica, en un acto reflejo, cerró el puño y golpeó lo más fuerte que pudo el rostro del repugnante hombre, golpe que lo retuvo el tiempo suficiente para escapar, salir corriendo a un lugar en el que pensar con más claridad. 
Estaba asustada, tremendamente asustada. Se sentía indefensa, no tenía a nadie con quien hablar del extraño suceso, ¿y si ese hombre volvía a molestarla?
Al llegar a casa miró su muñeca derecha. ¿Qué hora es...? Y cuando lo hizo cayó en la cuenta de que algo faltaba, la pulsera dorada que tanto significaba para ella ya no estaba. Preocupada, pensó que tal vez le habría caído en el momento del puñetazo.

El hombre no se había movido de esa esquina, con la mano sobre su sangrienta mandíbula derecha, cuando, al mirar al suelo reparo en algo que brillaba. Se agachó con grandes esfuerzos y lo cogió. Era una pulsera. Remangó la manga de su camiseta para comprobar que era exactamente igual a la que el llevaba.

-Marlen...-suspiró.