jueves, 14 de mayo de 2015

Yo soy libre porque pienso


Ojalá todos pudiéramos declararnos plenamente libres, pero no. Ninguno de nosotros. Porque incluso nuestros actos más ínfimos están limitados por consecuencias, "que dirán", o carencias. 
Si lo existe una libertad física (ni tampoco de expresión) vamos a concedernos el placer (o derecho) de pensar libremente. Porque es lo único que nos queda. 



Cuándo no queda más que el ahuecado llanto de un recién nacido, el último suspiro de un anciano que se despide.
Los huesos que se entierran o el óvulo que es fecundado.
Cuando no quede más que restos o que principios; no quedará más que nuestra propia cordura estacionada en la línea de la vida y la muerte.
Será el momento en el que caeremos por nuestro propio peso, las mentiras se hundirán, las verdades resurgirán de las tinieblas y las medias tintas irán al limbo de nuestros recuerdos.
Las brujas quemadas resucitarán de las cenizas, los inocentes muertos en las guerras volverán para hacer justicia, los condenados a muerte por un crimen no cometido se colocarán de nuevo sobre la faz de la tierra en señal de protesta.
Mientras tanto, permaneceremos sentados, esperando a que alguien nos de la señal; ¡Atacad!
Y cuándo lo digan lo haremos, atacaremos, atacaremos a nuestro igual, arrasaremos con pueblos enteros, prohibiremos lo que no nos gusta y impondremos lo que nos complace.
Haremos lo que nos apetezca con aquel que está en inferiores circunstancias, y nos dejaremos que el superior haga lo que quiera con nosotros.
Y cuándo no los tape el ruido de los cañones, las bombas y algún sinsentido discurso demagogo, podremos volver a escuchar las voces de nuestra conciencia.