miércoles, 31 de mayo de 2017

A mi yo inmarcesible.

La miro y no entiendo.
Ni la vida,
ni sus reglas,
ni leyes tan absurdas
como que la distancia
más corta
es la línea recta,
a mí que me parece que el horizonte
se perfila en sus curvas.

Y está
y dejo de tener prisa,
freno las ganas por desatarla
de estas cadenas cristal
y esos ojos lagrimal
que ahogan su alma en caricias.

Tiene un nombre que suena
como a tapiz de seda en noche de verano
y huele
como se respiran las cárceles de arena,
con dulzura implacable
como temiendo romperla,
y huele a fruta exótica,
a Marrakech o a la India
o a mis sábanas en pleno agosto
cuando su luz púrpura me irradia
y se desgañita
en miles de colores
como el disco de Pink Floyd

que tanto le gustaba.

No sé cómo explicarlo
pero cuando se acerca
un temblor perturbador me paraliza
y siento una necesidad irrevocable
de cubrirla de adjetivos
y todos empiezan por i
porque ella ha nacido negando
y ha vivido ella nadando
siempre a contracorriente.

Es mi vuelta a casa
y tanto hogar que a veces asusta,
como un temor infantil
a que guarde el monstruo bajo los pies,
pero echa a volar y se me pasa,
y sonríe
y abre todas las ventanas
y es ahí cuando me fijo
que lleva todos los deseos colgados en las pestañas
como arrastrando un porqué suicida
que persigue el tacto de sus mejillas
o evaporarse
en un primer pestañeo.

Y esconde besos en hoyuelos
aunque a veces desaparecen
como pidiendo a gritos
ese erizar de la piel
que consiga devolver su risa
al desierto.

Sueño todavía con su piel desnuda
y ese rostro afilado apuñalándome las dudas
a un contraluz desmembrado
por mi puto miedo a las alturas
que se perdía en su tacto,

y ahora no sé qué hacer con tanto impacto
si parece que todos los rascacielos
llevan tatuado su brillo,
si parece que los aviones
vuelan enredándose en su pelo,
si de todas esas nubes
son sus lágrimas las que llueven,

las que siempre terminan
estrellándome contra el suelo,

y sueño también que dibujo
los retazos en su espalda de un corazón enjaulado
y una libertad elegida
que toma forma al recorrerla
como si fuese a contrarreloj
y sonase en su pecho la taquicardia en carrera

y se interrupiese entonces ese instante
porque es ella quien llama a la puerta
y ella nunca llega tarde.

Tiene el cuerpo lleno de lunares,
parecen constelaciones
o estrellas fugaces,

he probado a pedir deseos
ahora que la noto lejos
pero nunca vuelve,
ni llama a mi puerta;
soy yo quien llega tarde.

Pero hablemos de ella
y de cómo pinta esperanza
con sus pies en la hierba
y baila
con una prontitud tardía
y parece que es el mundo quien se inclina
cada vez que mueve las caderas
y habla
y podría inventarse las palabras
y su voz es un manantial
de carcajadas,
de infancia,
de luna llena.

Y ahora su recuerdo se me escapa
cada vez que intento reubicarme
y un temblor en mí estalla
cuando ella camina inevitable.
Me duelen las uñas de intentar retenerla
y se me quedan dormidos los párpados
y parece que el mundo está callado
desde que todas mis aceras
han dejado
de oír sus pasos.

Fotografía: Victoria Santos

He vuelto.

2 comentarios:

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