sábado, 12 de abril de 2014

Atrévete a soñar


Una mañana paseando por el parque, ese parque que mis más tiernos y sinceros recuerdos evocaba, ese parque en el que yo había pasado mi más inocente infancia. Ese de los frondosos árboles que me resguardaban del sol en aquellas calurosas tardes de verano. Ese mismo parque que en ocasiones yacía, derrumbado por una alfombra marrón anaranjada de hojas, muertas por el manto frío de otoño que envuelve el lugar, en el que tan sólo se escucha el suave movimiento del agua de la vieja fuente.

Una enorme nostalgia invadió mi corazón, y una sensación de tiempo perdido me derrumbó por dentro.

Aquella alfombra de hojas, que parecía juntarse con los árboles, invitaba a revolcarse sobre ella... como en la más infantil madurez.

Y no sé, quizás quisiera regresar a mi ya olvidada infancia. De hecho, me senté en un viejo banco, cerca de la fuente que resonaba como una voz inocente y pura, frágil y de cristal.

El parque que hoy resplandecía, iluminadas sus verdes hojas por los primeros rayos de sol débiles de la primavera, el parque que escuchaba a los niños jugar en su más tierno corazón, el parque que escondía las vidas de aquellos que más solitarios se sienten, aquellos que no pertenecen a ningún lugar. Aquellos que realmente son libres.

Y sentí la luz del sol acariciando mi piel, sentí cómo la sensación de bienestar me invadía por dentro, y las lágrimas asomaron por mis temblorosos ojos marrones. La brisa movía mi cabello al son de la música que los pájaros entonaban. Y en ese momento sentí que podía realmente volver a ser una niña.

Y los vi. Vi a aquellos niños riendo y corriendo, sintiéndose como los verdaderos dueños de su vida. Preocupados por nada más que por aprovechar las horas en las que el sueño los mantuviera despiertos. Viviendo en la infantil inocencia. Y les deseé que nunca quisieran crecer. Porque, entonces, es cuando te das cuenta de cuánto necesitas volver a ser niño, porque, por más que lo desees, no volverás a recuperar nunca esos años de tu vida, y simplemente te queda seguir avanzando por el camino.

"Entonces, ¿la infancia es irrecuperable?". Me pregunté a mí misma y, en aquel momento, no supe qué contestarme. Y es ahí cuando caes en que a veces es mejor vivir con la incerteza de no saber qué podrá pasar, de que es mejor dejar que la vida te sorprenda, de que es mejor continuar y dejar todo el pasado atrás, de que sería perfecto no plantearse el futuro cuando, muchas veces, no sabemos cómo afrontar el presente.

Que lo mejor es siempre cumplir tus propios deseos, dejar que el tiempo decida, dejar que todo sea como el destino así lo diga, dejar a la vida llevarte por el camino de la felicidad.

Y me pregunté el porqué. ¿Por qué no disfrutaba en ese momento? No había respuesta. Simplemente dejé que el instinto me llevara. Así que, olvidando los prejuicios, me deshice de toda cuerda que estuviera atando a mi felicidad, a mi belleza interior.

Dejé todo en aquel banco. Y eché a correr, con los brazos en alto, reclamando mi libertad. Y juro que ese reflejo de poder me hizo flotar. Juro que volví a ser niña, tirándome en aquella fuente, haciendo lo que quería. Limpiándome de todo lastre, de toda tristeza, de toda sensación de impotencia, de mi madurez estúpida. Ignorando la mirada de aquellas personas, que, en el fondo, querían también liberarse de sus opresiones. Pero su inútil orgullo no se lo permitía. Y los niños se sumaron a mi declaración de independencia. Y me sentí de fábula. Reconfortada. Y no quise cambiar de nuevo.

Cada vez que regreso a ese parque, recuerdo con cariño a mis cuerdas, rotas ahora. Así que, ¿es la infancia irrecuperable? Solo para aquellos que no se atreven a soñar.  
 
 

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