lunes, 4 de enero de 2016

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Estoy asomada en la ventana de un séptimo piso,
me falta el aire, me sobra el miedo. 
Veo pasar uno a uno cada robot del sistema, 
llegan tarde a sus empleos, 
miran el reloj mientras agarran fuerte su maletín
lleno de dinero, 
o la mano de sus hijos. 
Son las ocho, 
está amaneciendo, 
el revuelo de coches, 
de motos, 
de bicicletas. 
El revuelo de gente y no de personas, 
me asusta. 
Me inclino ligeramente, 
los cierzos están floreciendo, 
ya nadie rimará sobre ellos, 
porqué están demasiado ocupados
contando dinero, 
contando los días, 
atados a un calendario. 
Ya nadie habla de sentimientos, 
sino es en el muro de cualquier red social, 
para que tus mil y pico "amigos" vean
lo cuán interesante eres,
lo cuánto sientes.
Está amaneciendo y a nadie parece importarle,
llegan tarde.
Llegan demasiado tarde,
no tiene ni un momento para pararse a respirar
una bocanada de aire fresco,
y no contaminado
por su consumista
y vacía existencia.
Y seguirán caminando,
con la mirada fija en la puesta de sol
del fondo de pantalla de su móvil
de última generación;
el más caro.
Y besarán con los ojos abierto y de prisa,
no vaya a ser que pierdan tiempo
y lleguen aún más tarde,
todavía más tarde.
Y acarician con las manos manchadas de sangre,
con las manos cansadas de contar billetes,
y cargar bolsas de la compra con compras innecesarias.
Y dicen amar
a ídolos que no conocen,
ignorando bruscamente el abrazo de su madre.
Estoy asomada a la ventana de un séptimo piso,
y el mundo hoy me decepciona tanto que,
preferiría
estar
cayendo.

4 comentarios:

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