Sacrificio. Terrible palabra, más
terrible, sin embargo, es el sonido de aquel llanto que provocó tu maldita
indiferencia. Ese esfuerzo que por un trabajo común emprendí. Esa vida más allá
de tu sonrisa plagada de falsedad, de tu afecto lleno de mentiras, de tus
manos... esas manos que de mi parte estaban, eso creía.
Hiciste que emprendiera una vida,
una vida que creía acompañada. Mas me vi sola en cuanto quise girarme.
Ilusionada, inocente y soñadora,
comencé a desvivirme por lograr un objetivo, tenía una idea. Una mente abierta,
como la mía, podría cambiar el mundo. Sin embargo, decidí contentar a todos.
Lloré por aquello que me hacía feliz, intentando reír por aquello por lo que
sufría.
Quizás no era la primera vez que
a mí me ocurría. Puede que si no quisiera dar yo tantas y tantas oportunidades
al mundo, nunca sufriría. Mas lo intenté, cuando sabía que aquello no iba a
terminar sin objeción. No la de Dios, capaz de juzgarme. Sino la de aquel rechazo
de pereza e incomprensión.
Sabía cómo aquello iba a
terminar, mas lo intenté. Porque tenía una idea cautivadora. Pero las opiniones
de los desagradecidos que se creían con derecho a juzgar un sueño que ellos, ni
en la más perfecta de sus aspiraciones, lograrían terminar, me importaba
demasiado. Ni la más dulce de las palabras salidas de unos labios que sí me
apreciaran, lograría conseguir mi mente volver a abrir.
Aunque sé que mi sueño era ideal,
sé que mi trabajo fue bueno y sé que todo lo que he hecho, todo lo que he
perseguido y todas las ilusiones que me he hecho, han sido merecedoras de un
gran reconocimiento... Mis oídos no podían dejar de escuchar aquellas cosas que
en mi mente corrompían y destruían el poder de mi razonamiento.

Y eso acabará conmigo. Haciendo que
me consuma poco a poco, que me crea más pequeña, y que nunca me atreva a volar, que no me
atreva a luchar por nada nunca más. Y lo peor de todo, que no me importe dejar
de hacerlo.
Manipuladora mente fría, la tuya,
¿no es cierto? Quizás la mía...