Continué mirándola, pensando que
aquella mirada era digna de ser llamada divina, me quedé mirando a sus ojos
infinitos como su eterna alegría. Observé detenidamente su sonrisa y me di
cuenta de que, realmente, me estaba enamorando de ella.
Mi corazón palpitaba tan fuerte y
mi mirada revelaba mis verdaderos sentimientos hacia ella. Entonces fue cuando
me di cuenta de que el amor no es nada premeditado y solo cuando lo alcanzas,
es cuando eres consciente de su simplicidad y de su belleza, de su complicidad
y su necesidad. ¿Cuántas veces había esperado en mi vida aquella mirada de
complicidad que ella me dirigió?

Mi corazón quedó aturdido ante
aquella mirada penetrante, y solo entonces, logré balbucear breves palabras.
Unas palabras que salían de mi boca y se perdían entre los suspiros que
exhalaba, unas palabras que no lograban ser encontradas por su destinatario,
que impedían ser recibidas... culpables, mis nerviosos labios.
Nos acercamos el uno al otro,
lentamente, sin pararnos a pensar en el tiempo. Fue ahí, cuando comprendí por
qué el tiempo es barrera. Cuando comprendí que la piel es un obstáculo cuando
buscas contacto con el alma.
Estando ella y yo a menos de un
suspiro de distancia, acercamos nuestras manos hasta poder tocarlas. Mi mano
temblorosa y fría. Mi mano impaciente y deseosa. Acercamos nuestros labios al
tiempo. Cerré mis ojos, esperando aquello, aquella sensación que llevaba
ansiando tantas noches pensando en ella, en tan solo verla una vez más.
Rozando nuestros labios estaban.
Entonces sentí el frío, el frío de la crueldad y la traición, la suavidad de
una puñalada, la genialidad de un asesinato y las lágrimas asomando a mis ojos.
Notando la angustia en mi garganta y el sufrimiento en mis venas me separé de
sus endiabladas garras.

A continuación, pude por fin
escuchar con claridad aquella risa que a mi corazón asqueaba, aquella risa
satírica y burlona que por sus labios escapaba.
Y la golpeé, la golpeé con todas
mis fuerzas. La estampa que antes estaba, desapareció ante mis ojos, rota en
mil pedazos. No pude contenerme y destrozar aquellos trozos de cristal.