
Permíteme que te diga, incalmable destino, o imperturbable, quizás,
que ardería en llamas incluso vestida con mi traje de piel ignífugo
para demostrarte que te equivocas. Que a cada persona que tocas
destrozas como si se tratasen de débiles hojas, en su continuo gemir
del viento... en su continuo palpitar.
Quiero decirte que estoy cansada. Cansada de aguantar noches en vela
sin salida, noches en las que ni yo misma sabría pronunciar mi
nombre. Estoy fatigada de subir las cuestas que me pones, de cantar
hasta desgañitarme la garganta, hasta romper cada una de las fibras
que me atan a la cordura, aquellas que me separan del abismo de
locura que son sus ojos almendrados.

También que no quiero quedarme más con las ganas. Con las ganas de
salir a manifestarme en sus labios aunque a veces no me comprendan.
Con las ganas de detenerlo todo un segundo y solamente volver a
empezar. Con las ganas de hundirme en sus tatuajes de piel, de contar
sus lunares y que estos me guíen para caminar de frente. Con las
ganas de desestabilizarme cada vez que sonríe o cada vez que arruga
la nariz. Tampoco quiero quedarme respirando el anhelo de la música
que con sus pasos toca. Ni quiero seguir acariciando sábanas vacías
llenas de promesas sin cumplir.
Quiero decirte que me ahogo en este mundo, en medio de este caos
infinito al que nos gusta llamar realidad. En este caos en el que no
hay esperanza. En este caos situado en este trozo de cielo que tantas
veces hemos intentado alcanzar con los dedos.
Y no quiero pensar en más irremediables futuros que tejes mientras
te aburres jugando a los dados con el mundo. Con el mundo que tan en
contra tengo a veces y otras también.
Déjame solamente tener la oportunidad de curiosear su infierno un
poco más de cerca, de inhalar su humo exhausto de tanto caminar
solo. Déjame un minuto de poder sentir su tacto sin estar metida en
otro de mis sueños en los que recorro con las puntas de mis deseos
cada milímetro de su tez, en los que cada lágrima que de sus
mejillas se escapa es otro motivo para evaporar la pena con el vaho
de los cristales de mis ojos, ya rojos de vivir entre tanta sal.
Déjame profundizar en este mar muerto hasta que por fin pueda morir
en paz.