¿Conoces esa sensación de vivir?
Sí, ya sabes... esos momentos en los que estás respirando. Ese sentimiento de
poder escuchar, de poder articular un sonido, un llanto, un lamento. De poder
mover tu cuerpo al son del viento, de poder sentir la suavidad, el calor y el
frío. Distinguir con claridad cuán bello es el paraíso. Saciar la sed del alma
y la agonía de un momento erradicarla. Poder dormir y soñar, llegar muy lejos,
o simplemente llegar. Poder tener la seguridad de ser inseguro, la valentía al
ser cobarde y el coraje de la timidez.

Ser como quieras, ser tú mismo. Esa
sensación... ya la conoces... sabes de lo que te hablo. ¿No es cierto? O, ¿a
caso no te has dado cuenta de la ingenuidad con la que escintilan mis ojos
cuando te encuentran? ¿Es que, es posible no percatarse del ritmo descontrolado
de mi corazón, cuando tú lo aceleras? ¿Existe alguna posibilidad de no ser
capaz de ver cómo mi existencia reclama tu compañía?

Porque yo no quiero tenerte como
mío. De quererte, no quise nada más que querer ser tuya. Mas, ahora, comprendí
que lo que busco es que me hagas flotar, que me hagas volar, que me hagas
volver a empezar, que me hagas sentir.
Sentirme realmente importante y
sentir que soy capaz de llegar a lo más alto. Mantener los pies en la tierra,
mientras rozo con la punta de los dedos el cielo. Pero no necesito ir tan
lejos. Simplemente, tener el regalo de mirarte cada día, y poder decir que una
parte de tu corazón me pertenece, y no sentir nunca más que camino a oscuras,
que camino sin una guía para poder indicarme... y llegar a creerme que puedo
quedarme.
Esa sensación... ya sabes...
cuando estoy a tu lado...