"y esas manos tan puras como el coral"
Eran frágiles cómo coral, los dedos finos solo un sencillo anillo de plata lucía en el anular.
Delgados y huesudos detonaban sencillez y elegancia. A partes iguales.
Parecía poder convertir en perlas todo cuánto rozaba.
Era natural, cómo una playa virgen, de clara arena.
Nunca pensé que un hombre se pudiera quedar prendado de una mano. Los hombres si fijan en cuerpos esculturales, largas piernas y elegantes cinturas.
Sin embargo cada vez que caía la noche me asomaba al balcón y desde allí podía ver como un brillo repentino, la mano femenina en el balcón opuesto, acariciando la barandilla con tal delicadeza que me hacía ruborizar.
No había rostro, la densa y traicionera oscuridad impedía ver más.
En cuánto amanecía buscaba esa mano, y cuándo parecía haberla encontrado caía en la cuenta de que el anillo era de oro y no de plata o la mano estaba ligeramente más bronceada.
A mi obsesión le siguió el amor, y llegó a ser tal la querencia por esa mano que le ponía diferentes rostros.
A veces, en mis sueños, la dueña de esa mano era una joven rubia que tocaba el piano.
Otras veces era una bella mujer que le revuelve el pelo a su hijo.
Eran frágiles cómo coral, los dedos finos solo un sencillo anillo de plata lucía en el anular.
Delgados y huesudos detonaban sencillez y elegancia. A partes iguales.
Parecía poder convertir en perlas todo cuánto rozaba.
Era natural, cómo una playa virgen, de clara arena.
Nunca pensé que un hombre se pudiera quedar prendado de una mano. Los hombres si fijan en cuerpos esculturales, largas piernas y elegantes cinturas.
Sin embargo cada vez que caía la noche me asomaba al balcón y desde allí podía ver como un brillo repentino, la mano femenina en el balcón opuesto, acariciando la barandilla con tal delicadeza que me hacía ruborizar.
No había rostro, la densa y traicionera oscuridad impedía ver más.
En cuánto amanecía buscaba esa mano, y cuándo parecía haberla encontrado caía en la cuenta de que el anillo era de oro y no de plata o la mano estaba ligeramente más bronceada.
A mi obsesión le siguió el amor, y llegó a ser tal la querencia por esa mano que le ponía diferentes rostros.
A veces, en mis sueños, la dueña de esa mano era una joven rubia que tocaba el piano.
Otras veces era una bella mujer que le revuelve el pelo a su hijo.
Tiene un estilo muy veraniego, noches de dulce brisa mirando las manos iluminadas por su brillo, ay.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, se nota el verano :3
EliminarTu escrito me recuerda al verano, fresco e indudablemente hermoso *--*. Un beso linda.
ResponderEliminarMaria.
Muchas gracias, gracias.
Eliminar