Todo el mundo tiene su propio cielo.
Todos alzamos
la cabeza
y nos preguntamos cómo podríamos alcanzarlo.
Muchas veces
pienso que debe ser la mejor sensación
del planeta;
rozarlo,
saborearlo,
sentir que el frío te cala los huesos
y hacerlo tuyo.
Y ya nada
ni nadie
podría hacerte daño.
También pienso,
cuando me da por ponerme tonta,
en todos los cielos
de todas las personas
que también prefieren la lluvia
tras una ventana
a estar debajo.
En el firmamento que a todos se nos refleja
en los ojos.
En que de una punta a otra
de la tierra
todos tenemos un lugar
que mirar
si levantamos cabeza.
Y que por muy lejos
que estemos,
y nos diferencien los días,
la luna, el sol
y todas las estrellas,
nos queda la poesía.
Que escriba con el aliento
de los días nublados
en los cristales de tus ojos
poemas que conviertan
la tristeza en pasado.
Fuegos artificiales
vistos desde un ático
en cometas fugaces
saliendo de tus labios.
Todos decidimos
qué hacer con nuestro trozo de cielo.
Algunos lo comparten
con la persona que tienen al lado.
Para otros
el cielo oscuro
les impide ver que sus corazones arden
y están vivos.
Yo prefiero pensar
que mi cielo
es el mismo que ves todos los días
y así se me pasa
la melancolía
de echarte de menos.
Así que, por mucho que el tiempo construya
muros de arena,
yo derribaré esos muros.
Todos tenemos un cielo.
El mío es tuyo.
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