Podría empezar hablando de la expresión de tu cara cuando
sonríes, el brillo en tu mirada, las arrugas de tus ojos, el rubor de tus
mejillas o lo muchísimo que se te pronuncian los hoyuelos; pero sería empezar
muy fuerte el texto.
Luego escribiría sobre tus caricias y la manera que tienes
de erizarme la piel con cada roce de tus dedos; pero no hay palabras que puedan
explicarlo.
Hablaría entonces de tu capacidad para atraerme, de cómo me
quedo embobada observándote en cualquier
momento en el que te despistas; pero no puedo describir tu mirada cuando me
pillas sonriendo.
Entonces me rendiría, clavaría mi índice en el
retroceso y volvería a escribir sobre las tardes de verano, donde tu pecho es
almohada, tus caricias refugio, y tu mirada mi casa.
(Aunque eso también sería un fracaso si tuviera que hablar
del vacío que dejas en mi pecho cuando te veo marchar).