
-Vamos, ¿no te pondrás a llorar ahora por
que la llave no gire? Esta bipolaridad tuya no me gusta.
-¿De verdad sigues? Me acaban de dejar,
estoy destrozada. Sola, sin nadie, ¿entiendes? Ah, no, no entiendes. Tú nunca
entenderás lo vacío que te sientes cuando no tienes a nadie con quien contar.
No tienes alma. No puedes sentir nada. Eres una insensible parte de mí.
Recuerda que mis fallos son también tus fallos. Y desde que mi otra parte se
fue, estamos tú y yo. Así que deja de ser tan asquerosamente impertinente y no
me hundas más.
-¿Hundirte? A ver, despierta de una vez.
Esto es la realidad. Tu tristeza no son más que falsas apariencias impuestas
por la sociedad. Si te dejan, tienes que estar tan humilladamente destrozada
como para que todo el mundo quiera animarte. Quieres ser el centro de atención
por unos momentos. Es normal... es normal... dentro de este estúpido mundo de
humanos.
Resoplé. Resignada. Pensé durante un
momento en aquellos m
omentos en los que mi cabeza se dividía en dos. Recordé el
día que se fue...
"Ese día, al despertar, sentí que una
de aquellas dos partes se alejaba. Como si hubiera cogido un tren de alta
velocidad, o como si una cama acolchada se alejara montada sobre unos
monopatines. Muy expresivo, ¿no? Pero era como una sensación suave y nítida de
ese alejamiento que raspaba dentro de mí.
Empecé a gritar cual descosida en mi
habitación. Me dolía tanto la cabeza que creí que iba a morir desangrada por
dentro.
-¡¿DÓNDE ESTÁS?! ¡¿A DÓNDE TE HAS IDO?!
-¡SÉ QUE ESTÁS AHÍ! -dije mientras saltaba
en círculos como si estuviera buscando algo. Era como una cruel mezcla entre
gallina y peonza. Cada vez que me acuerdo de aquella imagen siento vergüenza de
mí misma.
-Se acaba de marchar. ¡Felicidades! Se
acaba de marchar tu parte favorita, ¿qué se siente al saber que nunca podrás
volver a criticarme a mis espaldas? Bueno, a mis espaldas no, porque os oía perfectamente,
pero, oye, está bien eso de vivir al límite.- me dijo la negatividad "almificada".
-Vete tú también. Estoy convencida de que
estas voces que oigo no son normales, ¿seré esquizofrénica?
-Si lo eres no quiero estar aquí cuando lo
descubras. Ahora que se ha ido tu predilecta, ¿piensas escucharme alguna vez?
-Deja de ser tan cínica.
-No creo que sepas ni siquiera lo que
significa eso.
Y no, no lo sabía."
-Oye, creí que ibas a acabar tu
pensamiento con un: ahora veo lo equivocada que estaba... o algo en plan
peloteo. Sé lo que piensas en realidad, pero me gusta que me doren la píldora.
No está mal. Déjame disfrutar de esta vida que me das.
-Déjame ya. ¿Qué hago?
-¿Tengo que pensar también por ti? -dijo
con retintín.- Qué desastre... Te voy a dar una pista. Si tuviera brazos
señalaría. Ventana.
Tras la aventura que prefiero no relatar
que casi acaba con varios huesos rotos, un infarto vecinal y una ventana
destrozada. Desperté con sabor amargo en la boca. Como si alguien me hubiera
metido café mientras dormía. O me hubiera emborrachado en lágrimas.
-Dios, qué cursi eres. Deja de ser tan
falsa, por Dios. Ah, antes de nada, tuitea lo mal que estás, por favor. Que no
se lo pierdan, va, vamos, va.

-Hazlo, hazlo, hazlo. -dijo, aclamándome.
Ignoré su estúpido comentario.
Me levanté y me acerqué al ventanuco de
aquel destartalado apartamento. Hacía un día nuboso, el cielo estaba encapotado
y ni siquiera los coches tenían la capota echada. Pobres inocentes.
Caminé un rato por el loft, si se le podía
acuñar un término tan moderno. Y sentí que no pintaba ni dejaba el pincel.
Quería salir de aquel pueblucho. Quería
ser de otra parte. Cambiar mi pasado aparente. Lo pensé mientras recogía mis cosas.

Cogí las maletas y me largué.
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